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EL SENTIDO DE LA REVOLUCIÓN COPERNICANA

EN LA FILOSOFIA DE KANT 



I. INTRODUCCIÓN

 

Si bien es una verdadera propuesta temeraria la de abordar la complejidad de la filosofía kantiana en un espacio tan breve, intentaré al menos esgrimir a continuación los principales puntos que recogen el sentido de la revolución copernicana en Kant. Para Paul Ricoeur, Copérnico posibilita la primera de tres humillaciones que ha sufrido Occidente al descentrar el universo que rotaba alrededor de nuestro privilegiado planeta. Copérnico, tomado como representante del surgimiento de las ciencias naturales, derrumbó las presuposiciones características tanto de la Antigüedad como del Medioevo. Esto es así ya que el surgimiento del método matemático en busca de las verdaderas leyes físicas de la naturaleza, destruyó los fundamentos tanto de las interacciones hermenéuticas del medioevo ––ejemplificadas de manera hermosa por Foucault en Las Palabras y las Cosas—- como de las teleologías naturales de un orden cosmológico jerarquizado fundando sobre la noción del bien platónico. La importancia de Kant radica en que es él quien logra articular e interrelacionar  en sus tres complejas Críticas, referidas respectivamente a los campos de la epistemología, de la ética y del estética, los elementos fundamentales de lo que consideramos como la modernidad. Para dar mayor claridad a esta afirmación, seguiré el siguiente camino de comprensión. Primero desarrollaré esquemáticamente las ideas presentadas en la Critica de la Razón Pura como texto fundamental para la comprensión del impacto de las ciencias naturales en nuestra comprensión de la naturaleza. Luego de dicha presentación plantearé, muy brevemente, algunas criticas dialógicas a los fundamentos kantianos a partir de las filosofías de Husserl y Heidegger. Las dos preguntas que guían el quehacer de la primera sección son: ¿Cómo fundamenta Kant la objetividad científica en el texto?¿Existen acaso presuposiciones no criticadas dentro de la critica kantiana en el desarrollo de su concepción epistemológica? En segundo lugar retomaré las ideas principales de la Metafísica de las costumbres y de la Critica de la Razón Practica conectando el proyecto de la primera sección con el ámbito ético que ahora hace su aparición. Investigaremos los diversos tipos de imperativos kantianos formulando en su presentación algunas críticas al recuperar la visión ética de Aristóteles. Recuperaremos la fortaleza de la concepción de autonomía para la modernidad y de la dignidad de todo ser humano racional, al retomar la reinterpretación habermasiana de Kant. Las preguntas directrices que guiarán el camino a este nivel serán: ¿Cómo defiende argumentativamente Kant la noción de la dignidad inherente a la autonomía moderna fundada sobre la presencia del imperativo categórico?¿Qué presuposiciones cuestionables encontramos a la raíz de una ética fundamentalmente formal y deductiva?

 

II. LA FUNDAMENTACIÓN DEL CONOCIMIENTO OBJETIVO EN LA CRÍTICA DE LA RAZÓN PURA

 

La modernidad se caracteriza en principio por una actitud filosófica que es esencialmente negativa, es decir, es un proceder fundamentalmente desmitificador que busca cuestionar los principales presupuestos de la Edad Media y de  la Antigüedad  Su espíritu dinámico recibe de la critica a toda heteronomía tradicional la fuente de su actividad. El presente se problematiza como nunca antes. Y aun cuando nuestra autocomprensión no se limita al surgimiento de la tendencia  a la matematización del mundo surgida de la revolución copernicana, esta última la tomamos como elemento diferenciador de nuestro horizonte histórico.

En la Crítica de la Razón Pura, Kant asume consecuentemente este  surgimiento y busca a partir de esta realidad incuestionable llevar a cabo un análisis riguroso y sistemático de las consecuencias que dicho aparecer tiene sobre nuestra autocompresión. Comprensión y critica se vuelven una, se motivan mutuamente al buscar explicitar los límites internos de la razón humana. La crítica moderna ––claramente diferenciada del radical cuestionar socrático—- busca esclarecer lo que racionalmente podemos aseverar:

“nuestra época es de manera especial la de la critica. Todo ha de someterse a ella. Pero la religión y la legislación  pretenden de ordinario escapar a la mismas ….. al hacerlo, despiertan contra si mismas sospechas justificadas y no pueden exigirnos respeto sincero”. (CRP 9 Nota k)

 

En un principio todo esfuerzo se detendrá en un cuestionamiento de la experiencia epistemológica posible, aunque como la anterior cita nos recuerda el camino a recorrer prosigue hacia la ética y la política. Partimos por lo tanto del hecho de que las ciencias modernas están fundadas sobre la experiencia, tal como ya lo reseñaban los empíricos ingleses. Pero intentamos ahora comprender los fundamentos de dicho experienciar característico. Las cuatro causas aristotélicas deben ceder a la preponderancia de la moderna causalidad científica. Para nosotros modernos conocedores ya del método positivo: “no se podría confundir ya la ruta a tomar y el camino que da la ciencia queda iniciado para siempre y con alcance ilimitado (17 CRPu)”. Para Kant, siguiendo a Bacon, incluso la  naturaleza debe ser obligada a responder acerca de sus verdaderas leyes subyacentes.  A su base encontramos en particular la categoría de la causalidad, cuya ejemplificación la encontramos en la ley de la gravedad newtoniana (CRPu 18).  Si la metafísica es todavía posible para nosotros modernos, entonces para Kant debe ella estar fundamentada  en la experiencia posible para nosotros en tanto seres racionales. Error sería caer en las limitaciones de anteriores fundamentaciones que intentaron acceder al ser en cuanto tal olvidándose primero de cuestionar el cómo es posible que se nos de ese ser en la experiencia humana . Para Kant, Platón en particular “no se dio cuenta  de que, con todos sus esfuerzos, no avanzaba nada, ya que no tenía punto de apoyo.” (CRPu 46-47). De un tajo a los diálogos platónicos se les revela, eso cree Kant, su verdadero límite.

¿Qué, más específicamente, nos revela esta crítica revolucionaria? La revolucionaria investigación kantiana  en la primera Crítica revela —–en particular en la Analítica Trascendental complementada posteriormente con la Dialéctica Trascendental—–  que  existen, aparte de nuestra experiencia a través de los sentidos,  formas a priori, como lo es la forma de la ya mencionada causalidad. Éstas formas no se nos dan ellas mismas dentro de la experiencia, pero enigmáticamente también es cierto que es sólo a partir de su presencia que el experienciar es del todo posible.

Estas formas denominadas juicios, están dividas en dos. Por un lado encontramos los juicios analíticos que son universales y necesarios pero que no avanzan en nada nuestro conocimiento. Un ejemplo de estos es el principio de no-contradicción.  Por otro lado hallamos los juicios sintéticos y entre ellos en particular los juicios sintéticos a priori que plantean un verdadero enigma a la razón. Esto se debe a que preceden toda experiencia y sin embargo no son comprensible a partir de la experiencia sensible únicamente. La ciencia moderna se fundamenta en dichos juicios sintéticos a priori. Estos son universales y necesarios, y a diferencia de los analíticos, si avanzan el conocimiento; lo cual es precisamente el objetivo fundamental de la ciencia experimental (CRPu, 44).

La expedición crítica en busca de los fundamentos racionales de dichas categorías, las estructuras universales de la razón que permiten la organización del mundo fenoménico, es la Filosofía Trascendental.  Se aleja ésta tanto del empirismo simplista como del dogmatismo realista al comprenderse como “todo concomimiento que se ocupa no tanto de los objetos, cuanto de nuestro modo de conocerlos” (CRPu, 58; mi énfasis). Las preguntas fundamentales de dicha filosofía trascendental incluyen:¿Cómo es posible la experiencia de objetos reales para nosotros modernos herederos de la ciencia? ¿Con que derecho podemos argumentar racionalmente que nuestro conocimiento realmente hace referencia a objetos “allá afuera”? ¿Cómo puedo constatar racionalmente que mi conocimiento sale de sí y hace posible la objetivación? (CRPu 139).

Brevemente expuesto, para Kant el conocimiento propiamente humano es síntesis de dos troncos: el de la sensibilidad y el del entendimiento (CRPu, 60-61). La integración necesaria entre ambos la articula Kant de manera elocuente: “los pensamientos sin contenidos son vacíos, (y) las intuiciones sin conceptos son ciegas” (CRPu 93). La primera aproximación a la cuestión, realizada en el texto kantiano por la Estética Trascendental nos revela al tiempo y al espacio como las condiciones del intuir en una experiencia posible. En otras palabras son juntas las formas universales a priori de todo experiencia intuitivo.

Del otro tronco, es decir, del entendimiento, se ocupa la Lógica Trascendental. Es allí donde luego de un largo recorrido encontramos las categorías que son definidas como los “conceptos de un objeto general mediante el cual la intuición de éste es considerada como determinada en relación con una de las funciones lógicas del juzgar” (CRPu 128). ¿Cómo aseverar que dichas categorías tienen en realidad validez objetiva, tal y como lo concluye Kant al final de la Deducción Trascendental? (CRPu 139) Sin entrar en los detalles de las síntesis de la aprehensión en la intuición, de la síntesis de la reproducción en la imaginación y de la síntesis del reconocimiento en el concepto,  el fundamental descubrimiento kantiano radica en el descubrimiento subyacente que logra integrar toda síntesis posible.

Al determinar la categoría de la unidad —que la experiencia por si sola no puede garantizar ya que el simple hecho de que la luz solar cambia constantemente cambia por ende la percepción de cualquier objeto real—– reconozco que en ya en mi como ser humano racional hay una unidad que no es propiamente la misma de la categoría en cuestión. Esta unidad original, que logra integrar los troncos de la sensibilidad y del entendimiento, es precisamente aquella que permite la utilización de la categoría particular de la “unidad” (y claro, de toda otra categoría subsiguiente). ¿Qué unidad es ésta tan peculiar? Para Kant esta  unidad es la unidad fundamental de la conciencia pura trascendental, es la unidad de la apercepción,  de la autoconciencia. Aquello que Descartes no pudo explicitar referente al cogito logra en Kant una más profunda demostración. La unidad de la subjetividad trascendental hace posible la experiencia misma: “el entendimiento puro constituye pues, en las categorías, la ley de unidad sintética de TODOS los fenómenos, y es lo que hace así primordialmente posible la experiencia” (CRPu 150). Sin ella seríamos incapaces de organizar el mundo de una manera tal que lo podamos conocer, y sobretodo conocer científicamente. La autoconciencia  para Kant hace posible el mundo  humano y el entendimiento en particular es por lo tanto “él mismo la legislación de la naturaleza ….. sin él no habría naturaleza alguna, esto es, unidad sintética y regulada de lo diverso de los fenómenos” (CRPu 149). 

Kant mismo nos provee con un ejemplo al mencionar la posible unidad de un perro cualesquiera. En la síntesis conceptual que elaboramos en tanto seres lingüísticos  reconocemos ya no un perro contingente derivado de la percepción —- pues, ¿qué características de la percepción determinan lo que ha de contar como perro si los perros entre si son tan diversos, para no mencionar las características diferenciadores con por ejemplo un zorro?—– sino el concepto de perro mismo.  Sin entrar en detalles, las diversas síntesis que culminan en la síntesis conceptual  generan “una regla conforme a la cual mi imaginación es capaz de dibujar la figura de un animal cuadrúpedo en general sin estar limitado a una figura particular que me ofrezca la experiencia, ni a cualquier posible imagen que pueda reproducir en concreto (CRPu 184).”

 

Es gracias al esquematismo trascendental que lo que es fundamentalmente heterogéneo logra su síntesis. Puede haber así una trascendencia de la intuición al concepto y un trascendencia del concepto a la intuición. ¿Y cómo más precisamente surge este esquematismo tan maravilloso? Aquí Kant reconoce lo que el proyecto crítico está llamado a reconocer, sus propios límites:

“el esquematismo del entendimiento constituye un arte oculto en lo profundo del alma humana. El verdadero funcionamiento de este arte, difícilmente dejará la naturaleza que lo conozcamos y difícilmente lo pondremos al descubierto” (CRPu 185) 

 

Si bien el proyecto no ha logrado dilucidar la raíz fundamental de la capacidad para poder argumentar en favor del real acceso a objetos y eventos externos, para Kant se ha logrado sentar las bases para una metafísica posible moderna. El camino arduo de la Analítica Trascendental abre la posibilidad de un viaje aún más intrépido en de la Dialéctica Trascendental; espacio en el que las cuestiones propiamente humanas, las de la ética, la política y la religión han de enfrentarse de manera novedosa. La capacidad poética kantiana surge como un iceberg dentro de su poco poética obra al considerarse el territorio del entendimiento puro como una isla rodeada “por un océano ancho y borrascoso, verdadera patria de la ilusión donde algunas nieblas y algunos hielos que se deshacen prontamente produc(en) la apariencia de nuevas tierras y engañan una y otra vez con vanas esperanzas al navegante ansioso …”. La libre autonomía moderna ––aquel fundamento de la Ilustración en búsqueda de una real mayoría de edad— puede ahora si, según Kant, navegar sobre las bases de un más sólido barco.

 

Pero la crítica por su propia naturaleza no acaba, su proyecto es fundamentalmente un proyecto sin fin. Por ello cabe referirse brevemente a las criticas  presentes en la obras de Husserl y Heidegger. Para Husserl, en particular en algunos apartados de su obra madura Crisis de las Ciencias Europeas y la Fenomenología Trascendental,  encontramos múltiples cuestionamientos acerca de las presuposiciones kantianas. Entre ellos cabe resaltar la incapacidad de Kant para radicalizar su propia perspectiva y así cuestionar los fundamentos de su pensamiento. La fenomenología husserliana —que conoce ya de los descarrilamientos de la tecnología y de la política liberal en el siglo XX— logra comprender que antes que la subjetividad trascendental científica encontramos la subjetividad precientífica cotidiana.  Se revelan así las bases de la razón instrumental y su intento por monopolizar todo el campo de la razón y del ser. Para Husserl “lo realmente primero es la intuición meramente subjetiva-relativa de la vida mundana precientífica.” (128 CCEFT). La aparente universalidad del proyecto kantiano comienza a revelarse como un proyecto culturalmente remitido a la historia de Occidente.

Pero a su vez ésta radicalización de la cuestión trascendental en Kant, encuentra a su vez una revolucionaria crítica en la importante obra de Heidegger. En primer lugar, en su  Kant y el problema de la Metafísica argumenta  él, planteando ideas de Ser y Tiempo, que la CRPu es el primer intento serio sobre la posibilidad interna de la ontología y no simplemente un investigar epistemológico. Pero es en Ser y Tiempo  en donde la cuestión trascendental da paso a la reformulación del ser humano en cuanto Dasein, ser cuya característica ontológica principal es la de ser-en-el-mundo. El proyecto trascendental inmerso dentro de la dicotomía epistemológica sujeto-objeto da paso a una novedosa postura ontológica sobre la pregunta del ser que revela las peligrosas presuposiciones de la matematización de la naturaleza.

 

III. FUNDAMENTACIÓN DE LA METAFÍSICA Y LA CRÍTICA DE LA RAZÓN PRACTICA

La Critica de la Razón Pura  abre para Kant la posibilidad de discutir sobre bases firmes el problema de la libertad humana.  Aquello  que no deja de asombrarnos al considerar la idea de la libertad es que, siendo un idea de la razón, su fortaleza se despliega en nuestro actuar en el mundo practico-cotidiano. La tercera Antinomia de la razón nos revela que sólo en tanto que nos percibimos a nosotros mismos como seres libres, es decir, como seres que originan cadenas causales que en sí mismas no son causadas, entramos de lleno al ámbito moral.

En el segundo capítulo de la Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres (FMC), Kant se cuestiona principalmente sobre la posible existencia de diferentes tipos de imperativos que sirvan como fundamento para la comprensión de nuestra acción ética. Le interesa a Kant preguntarse en particular por la posibilidad de que los seres humanos puedan acceder en su práctica a un modo de ser más allá de lo que “es” simplemente, para así afirmar el “deber ser” en cuanto tal. La lectura de Kant nos incita a preguntarnos: ¿No habrá un modo de ser en el que todo ser humano va más allá de lo que es para afirmar el deber ser en cuanto tal? ¿No habrá una instancia en la que como individuos se nos revele un fundamento universalizable que compartimos con todo otro ser racional? ¿Existirá entre los diversos tipos de imperativos alguno  que logre llevarnos más allá de nuestra subjetividad contingente hacia la ley moral universalizable, sin que por eso deje de ser aquello que es universalizado mi propia máxima autónoma? Una respuesta afirmativa a estas preguntas es aquella que para la filosofía práctica kantiana permitiría abrir el espacio moral fundado en un autonomía racional incondicionada. Si esta respuesta es posible hay pues un elemento que entrelaza lo aparentemente inconmensurable; por un lado mi máxima subjetiva contingente, y por otro, la ley moral objetiva válida para todo ser racional.

            Pero además la distinción entre los diferentes imperativos que el segundo capítulo de la Fundamentación propone analizar, tiene como fin primordial la separación clara e indisoluble del ámbito de lo no-moral, y de su contraparte, la esfera propiamente moral. En la filosofía kantiana sólo existe una posible relación entre ambos ámbitos; el de la negatividad. El primer tipo de imperativos, a saber, los  imperativos hipotéticos tienen como esfera de acción la no-moralidad. Su formulación es tan solo posible en términos de medios y fines que nos representamos a nosotros mismos al plantearnos una proposición cuya forma es: si “x”, entonces “y”. Como lo formula Habermas a este nivel “se trata de una elección racional de los medios ante fines dados o de la ponderación racional de los fines ante preferencias existentes” (8).

            En particular los consejos de la sagacidad tienen como fin un objetivo claro, el de la felicidad. Pero debido a que para Kant este concepto surge del juego de la imaginación subjetiva, pertenece por lo tanto al ámbito de lo empírico, de lo sensible y de lo contingente. En consecuencia, tanto los medios que busco para realizar mi felicidad, como la definición misma de lo que yo considero  ha de ser lo característico de un ser humano feliz, no pueden ser ninguno de los dos universalizados. Para Habermas hay aquí un paso fundamental hacia un nuevo uso de la razón, más allá de los imperativos técnicos básicos. Surge un uso ético pues la razón practica “no sólo aspira a lo posible y lo adecuado a fines, sino también a lo bueno, se mueve, si seguimos el uso de lenguaje clásico, en el terreno de la ética (10).” Si bien la propia división kantiana no explicita los consejos de la sagacidad en estos términos, la visión habermasiana puede darnos una ampliación del área de posible aplicación de dichos consejos.

Sin embargo nos preguntamos, ¿por qué detenernos brevemente en dichos imperativos hipotéticos, y no simplemente dejar de mencionarlos para entrar de lleno en los famosos imperativos categóricos kantianos? La pausa surge precisamente porque cabría plantear ciertas implicaciones comparativas si nos remitimos momentáneamente a la ética aristotélica. Al argumentar Habermas que a este nivel no hemos llegado aún al ámbito propiamente moral, ¿no se hace evidente que para él la ética de Aristóteles tan sólo logra llegar al nivel del imperativo hipotético de la sagacidad kantiano, siendo esta limitación afortunadamente subsanada gracias al moderno proyecto moral kantiano?. Si esto fuese así sin duda implicaría forzar la ética aristotélica a un molde que le es altamente desconocido e inconmensurable. Para Aristóteles la felicidad es de hecho el bien supremo, el telos mismo del quehacer ético; pero no por ello bajo su concepción se debe entregar la noción de felicidad a un relativismo subjetivista incuestionado. Y esto se debe precisamente a que los puntos de partida de la investigación ética de Aristóteles y de la investigación moral para Kant son altamente irreconciliables. Para el primero “el punto de partida es el hecho; y si esto es  suficientemente claro, no habrá necesidad de asegurar por qué? (Ética Nicomáquea I *4 1095b13). En contraste, para el filósofo alemán “es muy reprobable el tomar las leyes relativas a lo que se debe hacer de aquello que se hace, o bien limitarlas en virtud de este último” (CRPu 312). Y dicha diferenciación, brevemente anotada, cobra su verdadero valor en el contexto de la filosofía de Charles Taylor quien intenta recuperar una noción del bien como fundamento de la moral en su Sources of the Self y al hacerlo revela el empobrecimiento surgido al reducir el campo moral, como lo hace Habermas, a una realidad procedimental en vez de substantiva. (Taylor, 85) 

Pero dejando de lado este cuestionamiento crucial para comprender el fundamento mismo del proceder kantiano, debemos ahora entrar a considerar  el segundo tipo de imperativo existente. Entramos sólo ahora al ámbito de lo moral al considerar el famoso imperativo categórico. Al abordar dicho ámbito y dicho imperativo no pueden entrar consideraciones que conciernen nuestras inclinaciones naturales, nuestra sensibilidad, o nuestras situaciones personales contingentes. Es así como en un primer momento nos dice Kant que ni podemos ejemplificar dicho imperativo, ni tampoco saber realmente si nuestra acción fue realmente acorde a su formulación. Lo que nos interesa es pues la forma del imperativo. El imperativo categórico está caracterizado como una proposición sintética, practica y a priori. Es a priori en tanto que no buscamos su inducción a partir de experiencias éticas particulares. Es práctica ya que la forma , fundada sobre la idea de la libertad, nos lleva a actuar en la esfera de la vida cotidiana. Finalmente es sintética debido a que  logra ser el puente entre el principio subjetivo del obrar —mi acción particular a partir de mi máxima individual— y el principio objetivo de la acción, a saber, la ley moral. A diferencia de los consejos de la sagacidad, así hayan sido reinterpretados por Habermas como abriendo el campo de la ética,  sólo hasta ahora llegamos propiamente al ámbito universal de la moral.  Dicho imperativo nos permite ir mas allá del relativismo cultural y personal al hacer factible una comunicación intersubjetiva y transcultural pues se pueden garantizar estándares mínimos que han de guiar la discusión misma. Por ello para Habermas en su movimiento reinterpretativo:

“solo en la radical liberación de las historias vitales individuales y de las formas de vida particulares se hace valer el universalismo del respeto equitativo para todos y la solidaridad con todo lo que posee rostro humano (22).

 

Dejamos atrás la limitada perspectiva enfocada en el bien y entramos de lleno en el ámbito de la justicia. No quiere decir esto, claro está, que las dos sean mutuamente excluyentes. Por el contrario mis máximas pueden ser vistas tanto desde el punto de vista ético o del  moral, pero el cambio de perspectiva lleva consigo maneras diferentes de plantearse y de intentar resolver preguntas que se da a si misma la razón práctica. Pero más importante aún, la ganancia propia del proyecto moderno es precisamente la de colocar como fundamento discursivo el ámbito de la justicia universal. (Habermas, 13).

Sin embargo ya retornando a la obra de Kant de repente nos topamos  con los párrafos más paradójicos que hemos de encontrar en ella. Esto se debe a que Kant nos ha dicho incesantemente a lo largo de nuestra lectura que el fundamento del deber ser no es ejemplificable; si algo, es formulable. Pero como si estuviese negando su propio proceder, Kant a continuación nos entrega cuatro ejemplos debidamente clasificados entre deberes perfectos e imperfectos.  Al observar dicho proceder nos llenamos de dudas:  ¿Acaso encuentra aquí el formalismo en tanto método deductivo de la moral su gran límite dado que pareciera haber una tensión irremediable entre la forma del deber y la posibilidad de que éste sea principio de la acción moral en la vida real cotidiana en la cual  me veo enfrentado a complejas situaciones existenciales? ¿Por qué se nos dan estos cuatro ejemplos tan particulares que no puede hacer justicia a la diversidad de  situaciones humanas?

Más precisamente el segundo deber perfecto  habla de mi relación con los demás seres humanos. Es este ejemplo, considerado como un deber perfecto en tanto que yo no podría siquiera pensar el quebrantar el juego lingüístico del prometer (para usar terminología contemporánea) utilizando como pretexto mis circunstancias particulares. Si lo hiciera reinaría entonces, para Kant, el egoísmo universal. Comprendida dicha acción en términos de la tradición política del contrato social, se quebrantaría irremediablemente dicho contrato y caeríamos en un estado de guerra si seguimos a Hobbes, o en un estado natural apolítico si seguimos a Locke. Sin embargo, siguiendo la premisa aristotélica que nos dice, “es propio del hombre instruido buscar la exactitud en cada materia en la medida en que la admite la naturaleza del asunto” (1094b 23-25), es más o menos sencillo encontrar contraejemplos a dicha ejemplificación supuestamente categórica. Un padre  prometería lo que fuese a un instituto de salud, con tal que su hijo sea tratado rápidamente.

Pero igualmente oímos  el reclamo kantiano ante tal ejemplificación; aun cuando hemos de recordar que fue Kant mismo quien problematizó su posición al verse necesitado de ejemplos. Kant nos preguntaría a su vez, ¿cómo fundar  una moral que valga para todo ser humano, proyecto de universabilidad característicamente moderno, si no podemos regular categóricamente nuestra actuar?¿Hemos de simplemente caer en la inconmensurabilidad de culturas y tradiciones sin poder encontrar criterios objetivos para juzgar una respecto de las otras?

Afortunadamente existe otro camino para recuperar la fortaleza del imperativo categórico kantiano. Si la primera formulación del imperativo categórico nos deja con un sentimiento de vacío y lejanía, algo en las palabras de Kant nos motiva a continuar con la lectura de su compleja obra. La razones comienzan a revelarse al comenzar a reconocer que la idea de la libertad es fundamento no de nuestro conocimiento, sino de nuestra práctica diaria; los mandatos categóricos no revelan simplemente un listado a memorizar. Ellos son la posibilidad misma del actuar moral propiamente humano, de un actuar que racionalmente pueda considerarse a si mismo como autónomo y libre. ¿Qué, entonces, dentro del formalismo kantiano nos lleva a actuar bajo preceptos morales universalizables? Para encontrar una respuesta a esta pregunta debemos releer una de las últimas formulaciones del imperativo categórico que nos dice: “obra de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu persona, como en la persona de cualquier otro siempre como un fin al mismo tiempo y nunca como un medio.”

Aquello que  me lleva a actuar  moralmente en tanto ser racional es la idea de la dignidad que me permite ser conciente de mi ser como llamado a configurar una vida que tenga como eje central de realización el proyecto de la autonomía. La voluntad moderna no puede buscar leyes externas como fundamento a su carácter moral.  Es en tanto que ésta busca autolegislarse, que cobra sentido hablar de una actividad realmente libre. Vivir cobijado por la realidad del imperativo categórico revela una actividad autónoma  en la que en la plenitud de mi libertad me doy a mi mismo la ley. Pero esa voluntad,  que puede querer objetivar su máxima subjetiva en ley universal, sabe además que la posibilidad de una real autonomía implica un reconocimiento de los demás seres humanos considerados como focos de expresión racional. Soy movido por el imperativo categórico a darme una ley para todos al entrever aquel asombro que me colma cuando reflexiono sobre la dignidad de lo que esencialmente soy como ser humano. Dicha reflexión me abre al descubrimiento en mi de una facultad, la razón, que me posibilita acceder a esta preciada idea de la libertad. Nos motiva por lo tanto la exigencia de vivir una vida acorde a nuestra  racionalidad como condición necesaria para intentar lograr la “mayoría de edad” ilustrada. En palabras del propio Kant:

“la razón refiere pues, toda máxima de la voluntad como  universalmente legisladora, a cualquier otra voluntad y también a cualquier acción consigo misma, y esto no en virtud de otro motivo práctico, o en vista de algún provecho futuro, sino por la idea de la dignidad de un ser racional que no obedece a ninguna otra ley que aquélla que se da a si mismo.” (FMC).

 

 

En conclusión para Kant — y esto no deja  por un instante de ser problemático – luego de sentar las bases epistemológicas de una metafísica que logre incorporar el sentido de la revolución copernicana, podemos adentrarnos en el ámbito de la fundamentación moral universal. Los seres humanos adquirimos nuestro verdadero valor en tanto que afirmamos incondicionalmente nuestra racionalidad práctica, marca diferenciadora respecto a todo otro ser viviente. Dicha afirmación, más allá del ámbito pragmático-ético para usar los términos de Habermas, hace a todo ser racional digno de participar continuamente en un modo de ser más allá de su ser natural, a saber,  el modo de ser del deber ser cuya manifestación debe darse en mi práctica cotidiana contingente.


V. BIBLIOGRAFÍA

 

I. TEXTOS PRIMARIOS

 

a) Kant, Immanuel. Critica de la Razón Pura. Ediciones Alfaguara 1988. Traducción de Pedro Ribas.

b) Kant, Immanuel. Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres. Editorial Porrua. Traducción de Manuel García Morente.

c) Kant, Immanuel. Kant’s Political Writings. Cambridge University Press, 1985. pgs 54-61 “An Answer to the Question: What is Enlightenment?”. Traducido al  inglés por N.H. Nisbet.

d) Kant, Immanuel. Foundations of the Metaphysics of Morals, Macmillan, 1987. Traducida por Lewis White Beck.

e) Kant, Immanuel. Prolegomena to any Future Metaphysics Bobbs-Merrill,  1985. Traducida por Lewis White Beck.

f) Kant, Immanuel. Critique of Practical Reason, Bobbs-Merrill, 1983. Traducida por Lewis White Beck.

 

II. TEXTOS SECUNDARIOS

 

a) Habermas, Jürgen. “Acerca del Uso Ético, Pragmático y Moral de la Razón Práctica”. En Filosofía (revista de posgrado de la Universidad de Los Andes) , n.1. abril 1990, Mérida, Venezuela pg. 5-24.

b) Taylor, Charles. “Kant’s Theory of Freedom”, en Philosophical Papers 2: Philosophy and the Human Sciences, Cambridge 1988. pgs 318-339.

c) Heidegger, Martin. Kant y el Problema de la Metafísica, Fondo de Cultura Económica, 1986, pgs 1-107. Traducido por Greb Roth.

c) Husserl, Edmund. Crisis de las Ciencias Europeas y la Fenomenología Trascendental, Numerales 25-34, pgs. 96-138. Folios Ediciones, 1984 . Traducido por Hugo Steinberg.

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LA CONCEPCIÓN DEL SUJETO EN LAS CIENCIAS SOCIALES CONTEMPORÁNEAS

 

INTRODUCCIÓN

La pregunta por el sujeto es central para la comprensión del rol de las ciencias sociales en la modernidad. El siguiente ensayo pretende mostrar de manera resumida algunas de las que considero son las centrales visiones de lo que consideramos como agencia humana en la modernidad. Para llevar a acabo esta investigación dividiré en cuatro secciones el ensayo de la siguiente manera : 1) daré una breve introducción a la concepción que surge del sujeto moderno con la aparición de las ciencias naturales hacia el siglo XVII , 2) a continuación reseñaré la posición crítica de esta primera visión científica tal y como aparece explicitada en la importantísima obra de Charles Taylor, posición fundada sobre la idea del sujeto como ser interpretativo y constituido por lo que han de llamarse “evaluaciones fuertes”, 3) una vez hecha esta reseña proseguiré a criticarla a través de la posición presente en la obra de Michel Foucault retomando sus ideas de poder y tecnologías del yo, y por último 4) muy brevemente proveeré al lector con una ejemplificación clara de la cuestión del sujeto y sus repercusiones prácticas a nivel social al mirar de cerca una de las criticas más importantes de la noción de subjetividad contemporánea, a saber, la crítica llevada a cabo por el feminismo.

I. LA VISIÓN DEL SUJETO EN LAS CIENCIAS NATURALES

Con el advenimiento de la revolución científica en los siglos XVI y XVII, crucial para el posterior desarrollo de la noción de progreso tecnológico indefinido, se transformaron radicalmente los fundamentos para la constitución de la subjetividad. Ya los anteriores órdenes ——-el racional (‘logos’) griego, o el divino católico——fueron desenmascarados, eran simplemente proyecciones subjetivas. Los pensadores de la época, entre ellos Descartes y Hobbes, radicalizaron su perspectiva del universo en términos cuantificables, la geometría era la ciencia a seguir para la construcción de la sociedad, por ejemplo en el Leviatán. Por su parte para Descartes la realidad del mundo era tan solo garantizable a través de una serie de meditaciones que tomaban como punto de partida la duda radical de las cosas existentes logrando tan solo la certeza del sujeto pero entendido como disociado (para Taylor el término es ‘disengaged’) de los objetos externos ; el cogito ergo sum se da en contraposición a la res extensa. Esta transformación, que redirigiría la manera de concebir el rol del las ciencias naturales y sociales, se dio en múltiples campos interrelacionados.

A un nivel epistemológico esta discusión se da, como señala Taylor, en la famosa relación entre propiedades primarias y secundarias; las primarias siendo cuantificables, la res extensa de la famosa vela de Descartes, y las secundarias siendo aquellas propiedades de las cosas que están necesariamente ligadas al sujeto mismo que tiene experiencia de ellas (por ejemplo el color depende de la interacción entre la luz y nuestras capacidades perceptuales, en cambio la extensión permanece incluso si todos los seres humanos hubiesen de morir). Las cualidades secundarias en particular no podían ser integradas a una ciencia de la naturaleza que las pudiese cuantificar independientemente de la relación con el sujeto, ellas no estaban en las cosas mismas: “eran dependientes de nuestra sensibilidad y por lo tanto no podíamos confiar en ellas” (SIA, p. 46)

Es un hecho que esta concepción epistemológica, es decir de la manera en que conocemos el mundo, es radicalmente moderna. Y además lleva consigo importantísimas repercusiones en el tipo de respuesta a la pregunta a cerca de qué hemos de considerar como los centrales aspectos de lo que es la agencia humana. Por ello para Taylor en su ensayo “El concepto de la persona” el objetivo principal del agente es ahora no el de comprender su posición dentro de un orden de correspondencias preestablecidas, como ocurría tanto para los griegos y su visión del cosmos como ordenamiento bello como con los cristianos y las relaciones entre diversos ordenes establecidos y jerarquizados de significación entre este mundo y el del más allá. El sujeto es ahora aquel capaz de tener representaciones adecuadas y claras del mundo que se le presenta como extraño, como puramente externo (p. 98). Precisamente lo central para el agente es esta capacidad de su conciencia pensante. El cogito debe meditar para clarificarse así mismo su relación con el mundo externo.

Sin embargo, esta posición representacional que en el acto de representar deja lo representado totalmente idéntico a como era en un principio, es un modelo que si bien parece cumplir con las condiciones de verificabilidad de las ciencias naturales es realmente errado si se intenta trasponerlo al estudio de la subjetividad que es precisamente el campo de las ciencias sociales. En particular veremos, en la segunda sección, cómo las emociones humanas rompen con este esquema interpretativo de las ciencias llamadas “fuertes”.

Si bien las transformaciones epistemológicas modificaron de manera sustancial la visión del sujeto, igualmente modificaron la manera en que la sociedad política se autocomprendía hasta entonces. Surgen múltiples teorías del contrato social que rompen con la visión aristotélica de la polis como ámbito y campo previo dentro del cual el ser humano podía desarrollarse. En su lugar encontramos una concepción del surgimiento de la sociedad como un conglomerado de individuos que entran en un contrato principalmente para garantizar su seguridad y el fortalecimiento del bienestar común. Los derechos humanos individuales toman la primacía sobre concepciones como la republicana en la que la comunidad, la participación y el amor por las prácticas públicas es lo principal. La transformación de la subjetividad va de la mano de la transformación de las condiciones sociales en las que dicha subjetividad se hace presente.

En términos de la racionalidad es ahora la racionalidad instrumental la que logra monopoliza para sí todo el ámbito de la razón dejando de lado entre otras el valor de la razón practica/ética. Surge no sólo un desligarse del mundo sino además un movimiento hacia su explotación y dominio: “la trinidad de sujeto objeto y concepto, (se ve) como una relación de opresión y sujeción … La represión de la naturaleza interna del hombre con su tendencia anárquica a la felicidad es el precio de la formación de un ‘sí mismo’ unitario, necesario para la autoconservación y para el dominio de la naturaleza externa al sujeto” (Wellmer, p. 119).

En el siglo XIX y XX surgen las más importantes críticas a esta concepción de la subjetividad con personajes tales como Nietzsche, Freud, Husserl, Heidegger y Wittgenstein. El caso de Husserl es particularmente interesante ya que retoma la noción de sujeto trascendental de la filosofía moderna (e.g., Kant) en un intento por llevar a la ciencia a ser lo que el denomina en uno de sus ensayos como una verdadera “ciencia estricta”. La presión que ha ejercido el modelo epistemológico de las ciencias naturales sobre las mal llamadas “débiles” ciencias sociales se hace pues evidente hasta en un filósofo crítico del modelo naturalista. Sin embargo ya Husserl a través de su “epoche” fenomenológica comienza a cerrar la brecha abierta ente sujeto y mundo al recuperar la conciencia y sus vivencias como fundamento del mundo interpretado, y al proveer la primera crítica a la racionalidad monopolizadora e instrumentalizadora de las ciencias.

Y para culminar con esta sección, es Heidegger quien cuestiona esta visión husserliana del sujeto ya que el sujeto trascendental de Husserl sacrifica la temporalidad e historicidad del Dasein heideggeriano. Para Heidegger el ser humano se concibe en su diario acontecer como un ‘ser-ahí’. El ‘ser-ahí’ es en la forma de la apertura volcada siempre hacia afuera en un ámbito de familiaridad en que se habita. Desde esta novedosa perspectiva la subjetividad puntual de un res cogitans que se opone de manera diferenciadora e incluso dominante al conjunto de objetos exteriores, entra en crisis al cuestionarse sus presupuestos fundamentales. Para Heidegger en tanto que el ser humano es ‘ek-istiendo’, es este un andar siempre por un entorno, un estar en un ámbito de comprensión. Con esta nueva visión del mundo necesariamente cambia lo que hemos de considerar como ‘mundo’, es decir, aquello en lo cual el ser humano desarrolla o no sus cualidades y posibilidades.

II. La visión interpretativa de Charles Taylor

Para Taylor en su importante obra Sources of the Self, el sentido de sujeto (‘self’) se da siempre en un marco de preguntas acerca del bien. La subjetividad no se comprende en el sentido de verse en un espejo, ni tampoco como un yo capaz de desarrollar acciones estratégicas, ni tampoco en el sentido del aparecer frente a otros, sino por el contrario, y enfrentado a estas concepciones, está la idea de que la subjetivada siempre se de en un marco articulado de concepciones del bien. Es además característico del estudio del sujeto el hecho de que ha sido estudiado absolutamente, en sí mismo, es decir, independientemente de toda descripción e interpretación de parte de otros sujetos y sin referencia alguna a sus circunstancias de entorno (SotS 31). ¿Cómo presenta Taylor su crítica a esta posición en sus ensayos?

Para Taylor, en primer lugar, existe una diferencia central en la consideración de la subjetividad (human agency) entre lo que se han llamado por un lado deseos de primer orden (“first order desires”), y por otro los deseos de segundo orden (“second order desires”). Nosotros nos diferenciamos de los animales principalmente por ser capaces de el segundo tipo de consideración pues sólo en ella encontramos la posibilidad de una auto-evaluación reflexiva. Sin embargo aunque capaces de este segundo tipo de deseos, que como veremos con su presencia presentan una fuerte crítica al modelo científico y sus pretensiones en la investigación del sujeto, muchas veces permanecemos al nivel de los primeros. El direccionar y orientar nuestra vida enfocado en uno u otro campo desiderativo crea la posibilidad de dos tipos de evaluaciones morales y de manera correspondiente de tipos de agencia humana. Por un lado encontramos las evaluaciones débiles (“weak evaluations”), a partir de las cuales se forja un plan de vida de manera simplemente estratégica, es decir, considerando los medios para ciertos fines preestablecidos. Pero contrapuesto a éste, encontramos las evaluaciones fuertes (“strong evaluations”) que se centran en la calidad de la motivación y de la articulación del conflicto moral que se experimenta. El decidir entre un viaje a la costa o a Leticia es un ejemplo del tipo de consideración bajo el primer tipo de evaluación; en últimas la decisión radica en lo que en un momento dado “siento” como lo mejor. La decisión es contingente y en últimas no requiere de una profunda articulación para comprenderse el haber escogido una en vez de la otra. Sin embargo no sería suficiente diferenciar los dos tipos de evaluaciones simplemente por medio de una consideración diferencial entre lo ‘cuantitativo’ y lo ‘cualitativo’. Esto es así ya que sin duda al decidirme por Leticia no decido simplemente en términos monetarios, o reduciendo las alternativas, como lo desease el utilitarianismo, a una medida cuantificable común. Para Taylor es cierto que el evaluador débil de hecho reflexiona, evalúa y tiene voluntad; pero no tiene lo que Taylor llama “profundidad”. La diferencia entre los tipos de evaluaciones (y evaluadores correspondientes) radica en el “worth” (valor) de la evaluación en cuestión. El evaluador de alternativas que es “fuerte” toma decisiones y escoge no simplemente dada la incompatibilidad o contingencia de las alternativas que se le presentan en un momento dado. El caso de algunas virtudes es ejemplificante.

El no convertirse o ser visto como un ser cobarde, no radica sencillamente dada la presencia de situaciones incompatibles y contingentes. Enfrentando la situación de peligro tengo el deseo de huir, sin embargo es precisamente el no huir aquello que me hace verdaderamente valiente. Y más importante aún (pues yo también podría en efecto dejar de ir a Leticia), puedo presentar a través de un lenguaje articulado, más o menos claro, el porqué el huir sería una acción vergonzosa y humillante independientemente del que sea visto por otro sujeto o no. El caso de situaciones de cobardía y vergüenza se da, para Taylor, dentro de un vocabulario de valoraciones dadas en nuestro lenguaje que se caracteriza por dar evaluaciones de contrastes: cobarde/valiente, vergüenza/orgullo, integración/fragmentación. Como lo pone Taylor “movilizamos (deploy) un lenguaje de distinciones evaluativas, el deseo que es rechazado no es rechazado debido a un conflicto contingente o circunstancial con otro fin” (21, WiHA). El evaluador fuerte tiene un vocabulario moral que lo orienta en sus escogencias, le presenta con un marco de acción y este marco no es simplemente algo que, en tanto sujeto privado, él haya creado de un día para otro. Al comprender y actuar el evaluador fuerte señala la necesidad de jerarquizar cierto tipo de acciones, de diferenciarlas constitutivamente como altas o bajas, vergonzosas o dignas de orgullo, como cobardes o llenas de valor. El puede articular la superioridad de las alternativas. Por lo tanto “el ser un evaluador fuerte es ser capaz de una reflexión que es mucho más articulada. Pero en un sentido es también más profunda” (25)). La escogencia de alternativas no se limita sencillamente a las consecuencias que emergen de ellas (si soy valiente puedo incluso perder mi vida, pero algo más alto me motiva a permanecer en mi lugar (Taylor 25), ni a un cálculo estratégico, sino se da debido a la calidad del tipo de vida que emana de una narrativa forjada a partir de tales decisiones fuertes. Por ejemplo el decidir dedicar mi vida a una carrera dada presenta de hecho una situación en donde aquel que escoge debe poder articular su escogencia como forjando un tipo de vida y no otro. Es el evaluador fuerte quien posee una identidad en constante crecimiento y clarificación que le permite responder por sus escogencias. La identidad representa “el horizonte dentro del cual soy capaz de tomar una posición”( SotS, 27), un horizonte desde el cual soy capaz de responder.

Y claro, en un principio, y tal vez inevitablemente, dichas articulaciones acerca de lo que es de verdadera importancia para nosotros como humanos son poco claras, incluso hasta oscuras. Niegan ellas los principios de un modelo representacional científico que pretende una objetividad y una claridad absolutas. Por el contrario al describir nuestras situaciones humanas, y a nosotros mismos en tanto sujetos, comenzamos con una noción medio confusa, medio inacabada, del fin que perseguimos, y que sólo en el trayecto va desarrollándose y paulatinamente transformando no sólo la pregunta inicial sino a nosotros mismos. No permanecemos idénticos al reconocer, por ejemplo, que la situación que pensábamos era cobarde en realidad no lo era, o que aquella otra situación sí fue de hecho vergonzosa, pero que estamos dispuestos a demostrar que fue un “problema” momentáneo.

El evaluador fuerte es entonces quien se cuestiona radicalmente acerca de la verdad interpretativa de la narrativa que forja poco a poco con sus decisiones guiado por la pregunta central: “¿he determinado realmente lo que considero es el modo de vida más alto?” (“Have I truly determined what I sense to be the highest mode of life?”). Dada la centralidad de la pregunta, entonces podemos entender cómo un cuestionamiento constante se hace necesario, un verdadero cuestionamiento socrático, “Es debido a que todas las formulaciones están potencialmente bajo sospecha, pues puede distorsionar sus objetos, que debemos verlas a todas como revisables” (“It is just because all formulations are potentially under suspicion of distorting their objects that we have to see them all as revisable” (Taylor, WHU 25) , El revisar, completar, modificar, rechazar, negar, afirmar, clarificar, y/o cambiar estas evaluaciones representa un proceso de auto-interpretación. Para Taylor por lo tanto el sujeto es un ser forjado y que vive en la auto interpretación. Además para Taylor el marco de trabajo moral cotidiano nuestro es precisamente un horizonte de evaluaciones fuertes, aunque muchas veces es este marco sólo articulable de manera más plena por las ciencias sociales y las artes. Allí radica precisamente la importancia de estas ciencias. (SotS, 19).

Ahora bien, ¿qué concepto de persona/sujeto se desprende de las anteriores consideraciones? Una persona es un ser con cierto estatus moral, con cierto sentido de yoidad, con nociones de futuro y pasado, con escalas de valoración, con capacidad de escogencia, y con habilidad para elaborar planes vitales por los cuales puede, además, responder (be a respondent). El mundo no se le presenta simplemente como un conglomerado de cosas externas que le son indiferentes, sino por el contrario como aquello por medio de lo cual logra dar sentido a su propia posición y a las circunstancias en que se desenvuelve. La persona no se diferencia de lo animal simplemente por ser conciencia pensante, sino primariamente por ser, lo que Taylor llama, un sujeto de propósitos originales. La conciencia, bajo esta perspectiva, no es un dado previo sino un trabajo por construir; “es lo que se logra cuando llegamos a formular el significado de las cosas para nosotros. Es entonces cuando tenemos una visión articulada del yo y del mundo” (“when we come to formulate the significance of things for us. We then have an articulate view of our self and the world” (TCP, 99)

Esta concepción se distancia radicalmente de la que fundamenta el estudio científico del sujeto (el que se da en la sociobiología, la neurología y los modelos computacionales entre otros). La crítica que Taylor propone al modelo representacional es la de que, para éste, las representaciones son principalmente de objetos exteriores independientes de nosotros. Sin embargo al considerar la complejidad de la agencia humana nos encontramos con que esto no es verdad para ciertos aspectos centrales de la subjetividad.. Uno de estos, que ha tomada una fuerza sin precedentes en la modernidad, es el del ámbito de la vida sentimental. Al formular y articular lo que sentimos a través de nuestras emociones, en un principio de manera muy vaga, podemos llegar a adoptar una nueva formulación que a su vez transforma nuestra relación con nosotros mismos y con aquello a quien dirigíamos dicho interés sentimental. Por ejemplo, creía realmente amarla, pero era en realidad una pasión momentánea; lo odiaba con toda mi alma pero en realidad sentía odio hacia mí mismo.

Es al lograr describir con un lenguaje más rico la situación, que en un momento dado nos pareció absolutamente confusa e incomprensible, que podemos entonces cambiar la calidad misma de la emoción que antes sentíamos. El comprender la emoción la transforma de una manera que la representación de objetos independientes no puede. Y tal vez pueda estar equivocado, tal vez realmente sí la amaba, tal vez me estaba sencillamente defendiendo del comprometerme. Es por ello que, como señalamos anteriormente, éste es un continuo proceso en donde puede haber autoengaños y racionalizaciones simplistas (no, ella no me entiende, ella sin duda no es mi media naranja). Implica dicho proceso por lo tanto ganar claridad personal a través de un tipo de apertura previa a toda situación, una apertura que requiere de un arduo trabajo, y que está constantemente en riesgo pues requiere de la constante reevaluación de propósitos, emociones y proyectos fundamentales (TCP, 105).

Dadas estas presuposiciones, existen para Taylor dos opciones fundamentales para la comprensión de la agencia humana. Por un lado hayamos al agente calculador, un verdadero estratega instrumentalizador que busca absoluta claridad en sus planes, y por otro, la posición que Taylor defiende, aquella en la que el sujeto se fundamenta primordialmente en la significación que tienen las cosas para él, en particular la importancia de ciertos bienes que nos llaman a un tipo de vida más alto que otros. Llegar a mejor articular estos bienes que guían nuestro quehacer cotidiano, en contraposición a otros bienes, es el valor de las ciencias sociales. Articular permite recuperar ciertos bienes como fuentes morales, y al hacerlos permite llenar de poder transformativo (empower) a dichas fuentes, y finalmente se genera un mayor amor hacia la fuente moral pues se le concibe como más cercana y clara. Para Taylor “una formulación tiene poder cuando trae a casa la fuente, cuando la hace sencilla y evidente en toda su fuerza inherente en su capacidad para inspirar amor, respeto o alianza” (“A formulation has power when it brings the source close, when it makes it plain and evident, in all its inherent force, in its capacity to inspire love, respect or allegiance” (SotS, 96)) Bajo esta segunda manera de comprender la agencia humana la subjetividad se problematiza porque el sentido de las cosas es algo que debe ser cuestionado no sólo personalmente sino además entre las diferentes tradiciones que conciben la subjetividad de manera diferente. Es así como al comprender el valor de la vergüenza y la cobardía para diferentes tradiciones (la homérica, la platónica. la cristiana, la nietzscheana entre otras), enriquecemos esa posición de apertura de la que hemos hablado; de hecho la alimentamos.

En conclusión, en términos morales existe una diferencia abismal entre la primera tradición, que ve al agente como un deliberador estratégico con capacidad de evaluaciones instrumentales y que entiende de entrada claramente los fines que busca a través de medios controlables, que autodetermina sus propósitos independientemente de su tradición (libre del azar de las emociones), y la segunda visión, la del significado que presenta un modelo diferente de deliberación del agente fundada sobre el trabajo interpretativo del re-conocerse a sí mismo una y otra vez. Para Taylor “no es una cuestión de la eficacia relativa de diferentes metodologías, sino más bien una faceta de la pugna entre visiones morales y espirituales” (“it is no more a question of the relative efficacy of different methodologies, but it is rather a facet of a clash of moral and spiritual outlooks” (114)).

III Foucault la subjetividad y el poder

En su obra Michel Foucalt desarrolla la noción de una crítica local a partir de la cual recuperamos saberes subyugados ya sea, o bien porque han sido cubiertos o enmascarados bajo grandes sistemas de comprensión, o porque han sido descalificados por no tener, supuestamente, el suficiente peso epistemológico dentro de las establecidas jerarquías de saberes. En contraposición, y en cierta medida siguiendo a Nietzsche, Foucault plantea la necesidad de llevar a cabo una investigación genealógica del saber en general, y en particular del surgimiento de las ciencias sociales y de la concepción del sujeto correspondiente. La genealogía se enfrenta entonces a las interpretaciones holísticas y unitarias que pretenden subsumir todo saber a un marco teórico absolutizante.

Para comprender la interrelación entre los saberes olvidados, o dejados de lado por no cumplir con los requisitos del saber dominante, es necesario entrar a considerar las relaciones de poder que se dan tanto al nivel práctico como el teórico. Criticando mordazmente al marxismo, Foucault señala cómo a la concepción del poder que ve a éste principalmente surgiendo de desiguales relaciones económicas, o de la distinción entre clases, se contrapone otra que enfatiza el hecho de que “el poder no se da o intercambia sino que se ejerce, no mantiene una relación económica dada sino que implica una relación de poder.”

Igualmente, la concepción de poder foucaultiana se distancia de la visión históricamente surgida de la idea de soberanía en el siglo XVIII. Bajo esta perspectiva se consideraba al poder como el derecho fundamental que se delegaba en la constitución de la comunidad política. En al ápice de la estructura de poder se encontraba el rey, el personaje central en el edificio legal de Occidente. La pregunta por el poder era la misma pregunta por la legitimidad de los representantes políticos públicos (además, el poder debía verse), y también por las obligaciones de los sujetos en la construcción de monarquías administrativas de gran escala.

Sin embargo para Foucault las presuposiciones del poder en nuestra época han sido transformadas sustancialmente. Y en tanto que el poder es ejercido por medio de los diferentes sujetos y a través de los diferentes discursos, éste no es esencialmente un poder represivo, sino por el contrario un poder productivo que cuenta con estrategias para su propagación. Entre ellas, como veremos, se encuentra la perpetuación de ciertas visiones de lo que hemos de considerar como sujeto.

Foucault invierte la máxima de Clausewitz, para él el poder es la guerra continuada por otros medios. Esto implica que las relaciones de poder en una sociedad dada “descansan esencialmente en una relación definida de fuerzas que esta establecida en un momento histórico especificable, en la guerra y a través de la guerra” (p. 91, Lecture 1). Por lo tanto no existen para Foucault las condiciones para que el poder llegue a un punto en que cese de ser, es decir un punto en que reine la paz del sin-poder. Por el contrario el poder quiere la guerra, necesita de estrategias para superar otros poderes. Y lo hace, pero a diferencia del poder público del soberano, lo logra de manera privada, en los micropuntos de nuestra condición: en nuestra corporeidad en tanto que nos indica que tipo de sujeto sexual debemos ser, en nuestras instituciones sociales de exclusión y vigilancia como lo son la cárcel, la clínica y el manicomio.

Pero no sólo encontramos una lucha de poderes, sino que lo más impactante aún, es que esta lucha se da en nombre de la verdad misma. Para Foucault el poder está ligado de una manera compleja a la discursividad de la verdad: “estamos subyugados a la producción de la verdad a través del poder y no podemos ejercer el poder sino a través de la producción de la verdad”. (93, Lecture 2). Lo verdadero delimita nuestro campo de acción y de comprensión. En tanto que somos poder, en nuestro quehacer producimos, y somos llamados a producir, discursos que al aparecer niegan irremediablemente otros discursos, y otras maneras de ser.

Si bien el énfasis al estudiar el poder se ha colocado, como vimos, en el problema de la legitimidad de los poderes establecidos, para Foucault el análisis debe recurrir a la noción de dominio de algunas redes de poderes sobre otros dentro de la sociedad. No se debe enfocar la investigación del poder en términos de la pareja soberanía/obediencia, sino en términos de la pareja dominación/subyugación: “el derecho debería ser visto, creo yo, no en términos de la legitimidad a establecer, sino en términos de los métodos de la subyugación que ella pone de manifiesto (instantiates)” (95, Lec 1). El nuevo poder es un poder disciplinante que nos vigila constantemente. Pero sin duda este poder cosubsiste paralelamente con el poder del soberano de manera que para Foucault “nos encontramos en un callejón sin salida; no es a través del recurso de la soberanía contra la disciplina que los efectos del poder disciplinario son limitados porque la soberanía y la disciplina son dos constituyentes absolutos del mecanismo general del poder en nuestra sociedad” (108 Lec 2). Las disciplinas, entre ellas Foucault traza la historia del surgimiento de las ciencias sociales, constan de tres aspectos centrales: unas relaciones de poder dadas, una relaciones de lenguaje y de comunicación específicas y ciertas capacidades objetivas, es decir, capacidades para transformar, o mejor dicho moldear de cierta manera, el mundo y/o los sujetos.

La investigación genealógica de dichas disciplinas revela que, metodológicamente hablando, debemos partir en el análisis del poder de cinco puntos fundamentales:1) se da un interés por el poder en sus extremidades y en sus formas locales, no generales y globales, 2) no se pregunta por el “quién” del poder, sino que se investiga su campo de aplicación: “en vez de preguntarnos nosotros cómo aparece el soberano, deberíamos tratar de descubrir cómo es que los sujetos son gradualmente, progresivamente, realmente y materialmente, constituidos por medio de una multiplicidad de organismos, fuerzas, energías, materiales, deseos” (96), 3) se concibe al poder no como una relación entre clases a la Marx, sino que se construye el mapa de su circulación por entre redes organizadas de diversas maneras (redes que incluso actúan independientemente de que los actores de las redes sean conscientes de su acción); así es como incluso el sujeto es un vehículo más de poder, no un simple punto de aplicación de éste “el individuo que el poder ha constituido es al mismo tiempo su vehículo” (98); y además, en tanto que el sujeto es un ser social entonces su actuar se da en la acción con los demás, el poder “siempre es una manera de actuar sobre el sujeto actuante o sujetos actuantes en virtud de su actuar o ser capaces de actuar” (220), 4) se ha investigar cómo el poder establece redes de poder no desde un punto superior, de manera deductiva, sino desde abajo e inductivamente, es decir, a través de mecanismos infinitesimales, desde los bloques más básicos de la sociedad, la familia, la cárcel, la clínica, el cuerpo y la sexualidad, y finalmente 5) se descubre la relación que se da entre el poder y la voluntad del saber; la producción y acumulación de saber es inevitablemente para Foucault un proceso de exclusión a través de diferentes mecanismos para el control de los discursos. No solo lo prohibido, ni lo separado (e.g., la locura), sino que principalmente la oposición entre lo verdadero y lo falso, creada por la voluntad de verdad, crea relaciones de poder y concepciones de la subjetividad dadas: “pero si uno se sitúa en otra escala, si se plantea la cuestión del saber cual ha sido y cual es constantemente a través de nuestros discursos, esa voluntad de verdad que ha atravesado tantos siglos de nuestra historia, o cuál es la forma general del tipo de separación que rige nuestra voluntad de saber, es entonces cuando se ve dibujarse algo así como un sistema de exclusión” (EOD, )

Siguiendo estas consideraciones metodológicas Foucault lleva a cabo investigaciones genealógicas en diferentes momentos puntuales de la historia del pensamiento de Occidente. En particular surgen visiones históricamente determinadas de la subjetividad que Foucault analiza en, por ejemplo, su ensayo “Technologies of the Self”. Allí revela él como en el momento histórico específico de la transición entre el estoicismo y el cristianismo primitivo se dan a conocer numerosas y diferentes prácticas de revelación del sujeto en una transformación valorativa en la que la práctica del “conocerse a sí mismo” subyuga el anterior énfasis colocado en la práctica del “cuidarse a sí mismo”. Algunas de estas prácticas al nivel del cristianismo ——como la exomologesis, es decir, el reconocimiento público y dramático (no verbal) del pecador revelándose ante todos como tal, y la exagouresis, en donde se confiesa constantemente ante un superior espiritual para poder obtener claridad y verdad acerca de nuestra confusa interioridad, es decir, una verbalización continua que requiere de obediencia incondicional dentro de un proyecto contemplativo fundamental——– permanecen hoy día como prácticas, sobretodo en el campo de la sexualidad, que determinan nuestra subjetividad occidental como una subjetividad confesional. Para Foucault el sujeto psicoanalítico comparte algunas de estas tendencias discursivas de continua interpretación interior en búsqueda de la verdad acerca de nosotros mismos.

Es por esto que para Foucault la pregunta acerca del poder está íntimamente ligada a la pregunta por el sujeto, no se estudia tanto el poder en sí, sino “los diferentes modos por medio de los cuales en nuestra cultura los seres humanos son hechos sujetos” (208, SP). Al nivel del sujeto diferentes técnicas de poder que se aplican en la vida cotidiana hacen de los individuos sujetos con una concepción de lo que la identidad debe ser; el sujeto es determinado externamente, y sobretodo internamente al tener que buscar un cierto tipo de identidad de conciencia y método de auto-conocimiento. Si bien han habido históricamente estrategias de lucha enfocadas en la dominación étnica, social y religiosa (período feudal), otras enfocadas en la explotación económica (Siglo 19), ahora la lucha para Foucault es contra aquello que ata al individuo a sí mismo, contra la sumisión de la subjetividad misma.

Es este un proceso histórico que señala Foucault se da gracias a la secularización del poder pastoral de la edad Media, instaurado previamente por el cristianismo y que esta ligado a la producción de la verdad de sí mismo. Para Foucault y, y a diferencia de Taylor: “De pronto la tangente hoy día no es descubrir lo que somos, sino negar lo que somos. Debemos imaginar lo que podríamos ser para poder deshacernos de este doble encadenamiento (“doble bind”) político que es a la vez la simultánea individualización y totalización de la moderna estructura de poder”( SP, 216).

Para Foucault existe entonces una lucha de estrategias que tienen ciertos fines y medios para conseguirlos. El fin primordial es superar al otro, obtener la victoria es depravar al otro de los medios de combatir en donde. Cada estrategia sueña con ganar la constante dominación de las demás. Sin embargo esta visión trágica es momentáneamente moderada por Foucault cuando señala que “es verdad que en el corazón de la realización del poder y como condición permanente de su existencia hay una insubordinación y una cierta terquedad de parte de los principios de la libertad. Entonces no hay ninguna relación de poder sin los medios de escape o de vuelo posible” (SP, 225).

IV Feminismo poder y reinterpretación de la “subjetividad”

Virginia Woolf explicita de manera clara cómo el discurso del hombre ha hecho que no pueda surgir el discurso propiamente femenino. Por eso escribe ella que habitamos, tanto mujeres como hombres, un mundo de espejos falsos en los que la mujer es obligada a mirarse empequeñecida. Para ella “hace siglos que la mujer desempeña las veces de un espejo que tiene el poder mágico de reflejar la imagen del hombre al doble de su tamaño …… La imagen del espejo es de importancia suprema, porque la vitalidad estimula el sistema nervioso. Si se le priva de ella, el hombre puede morir”. También, y de manera impactante, Simone de Beavuoir señala cómo existe en la relación intersubjetiva entre hombre y mujer una binareidad en donde ambos puntos están comprometidos en relaciones de poder desiguales que surgen, en parte, de relaciones sociales preestablecidas “no es el Otro quien definiéndose como Otro establece el Uno. El Otro es puesto como tal por el Uno al definirse como Uno. Pero si el Otro no ha de recobrar el status de Ser Uno, debe ser lo suficientemente sumiso para aceptar este ajeno punto de vista”. El Uno, con su subjetividad particular, ha logrado imponer su visión de lo que la identidad ha de ser para el Otro, a saber, a la mujer. En términos muy generales el Uno se concibe fundado sobre la autosuficiencia racional de un ser dual que se separa radicalmente de su corporeidad, que busca el control del lenguaje en todos los ámbitos y prácticas humanas, y que aparece de manera diferenciadora y dominante respecto a los demás seres del universo vistos como objetos cuantificables. Este, a grandes rasgos y dejando de lado muchos detalles, es el modelo de identidad a seguir que el Uno favorece.

En su ensayo “A Different Reality: Feminist Ontology”, Caroline Whitbeck desarrolla una crítica incisiva de la noción de yoidad característica de Occidente y de la relación de dicho yo con los demás seres del mundo bajo el modelo patriarcal. Opone ella a éste la posibilidad de una voz femenina que deje de lado la dualidad presente tanto en las esferas del actuar y del pensar. Presenta la subjetividad patriarcal, según ella, la aparición de lenguajes binarios que no solo imposibilitan la forjación de canales de intercomunicación entre diferentes áreas, sino que de entrada ven el polo femenino como inferior. Tales dualidades son, entre otras y de manera generalizada, las de: cultura/naturaleza, amante/amado, activo/pasivo, mente/cuerpo y razón/apetito.

Un ejemplo de la lógica de estas oposiciones es la de la asociación del hombre con la cultura, como aquellos miembros de la especie que sí han logrado trascender su esencia hacia la racionalidad, y del de la mujer con la naturaleza, aquella parte de la especie que es definida negativamente a partir del primero, es decir, como lo que no ha logrado trascender al ámbito limitado de los procesos de la razón liberada de las emociones. Igualmente en su artículo “Is Female to Male as Nature to Culture?” Sherry Ortner nos revela algunas de las bases y presupuestos culturales que han llevado hacia la concepción —que posteriormente se concibe como biológicamente determinada—- de la mujer como más atada a la naturaleza que al hombre. Este proceso se da a tres niveles interdependientes pero analizables independientemente. En primer lugar, la misma fisiología de la mujer se ve arraigada en lo natural en tanto que la mujer es quien está físicamente capacitada para la procreación de la especie al tener la estructura física para concebir y alimentar a los futuros miembros de ésta. Fisiología que está ligada a un segundo plano en el que los roles sociales de la mujer se ven ligados directamente a la naturaleza; primero, por su limitación al espacio doméstico que no alcanza el nivel del razonamiento universal requerido para sostener el orden político (la mujer es excluida de la esfera pública), y segundo, debido a su relación íntima y directa con los niños y niñas que son vistos, desde la perspectiva de la razón, como seres irracionales y naturales que en su contacto con los hombres acceden al ámbito de la cultura. Y finalmente, los dos primeros llevando a considerar la propia ‘psyche’ femenina como más ligada a lo natural en tanto que su pensar es un pensar de lo concreto y subjetivo incapaz de llegar a los niveles de abstracción y universalidad de los hombres. Es la existencia entremezclada de estos tres niveles, el fisiológico, el social y el psíquico la que resulta en un círculo vicioso cuyo:

“resultado es un (lastimosamente) eficiente sistema de retroalimentación; varios aspectos de la mujer (físicos, sociales, psicológicos) contribuyen a que ella sea vista como cercana a la naturaleza, mientras la visión de que ella es más cercana la naturaleza es a la vez encarnada en instituciones que reproducen su situación” (IFMNC?, 87)

Sin duda la hermenéutica habla del círculo inevitable de la interpretación, pero existen también, como lo reveló Foucault, círculos viciosos que debemos romper a través de una desilucidación aclaratoria del lenguaje y las prácticas que las fundamentan y conforman subjetividades prisioneras de sí mismas. Ni hombres, ni mujeres, pueden ser felices en dichos círculos viciosos.

La visión del yo que Caroline Whitbeck propone en su proyecto para una ontología femenina es una en la que las dicotomías se disuelven bajo una novedosa concepción de lo que la persona ha de ser. Para ella el punto de partida de la ética por ejemplo, no ha de ser el de la noción de derechos atribuidos a individuos, visión de la ética fundada bajo el principio de la libertad negativa y de la no-interferencia. Por ejemplo, bajo esta perspectiva que es la que funda el concepto de justicia de Kohlberg, se plantea la especificación de las conductas y situaciones morales en términos de universalización. Ante esta visión, y retomando los estudios psicológicos de Carol Gilligan y su búsqueda de una voz femenina propia que reconozca que los estadios morales de Kohlberg no hacen justicia al desarrollo propio de la ética en las mujeres. Whitbeck propone la idea de una subjetividad relacional que guía su actividad bajo una ética, no fundamentalmente del derecho, sino de la responsabilidad, como Taylor lo hace. En esta, antes que darse prescripciones universales aplicables a toda circunstancia independientemente de su especificidad, se busca más bien especificar de manera aristotélica los fines de la acción misma basados en un concepción diferente de lo que es una persona:

“Bajo esta visión la persona es comprendida como un ser histórico y relacional. Uno deviene una persona en y a través de relaciones con otras personas: ser un apersona requiere del tener una historia de relaciones con otras personas, y la realización del yo sólo puede ser lograda a través del relaciones y prácticas. La noción moral fundamental es la de la responsabilidad para (algunos aspectos) del bienestar del otro surgiendo de nuestra interrelación con ella o él” (DRFO, 82)

Sin duda son estas las ciencias sociales, en particular las que tienen como objetivo primordial el llevar a cabo una exploración de las condiciones para la aparición, comprensión y transformación histórica de las múltiples visiones de la subjetividad, a las que hemos aludido en este ensayo.


V. Bibliografía

1) Beauvoir, Simone de, The Second Sex, Introducción y Conclusión, fotocopias del seminario sobre feminismo, Montreal 1990.

2) Durkheim, Emile, Selected Writings, “The field of sociology” pp. 51-69

3) Foucault, Michel, Power and Knowledge, ed. Colin Gordon, “Two Lectures” y “Truth and Power”, pgs., 78-134, New York, Pantheon Books, 1980

——–Technologies of the Self, “Truth, Power, Self: An interview with Michel Foucault”, pgs., 9-16 y “Technologies of the Self”, pp. 16-49.

———The Subject and Power, n.d.

———El orden del discurso, Cuadernos Marginales, Barcelona Tusquets Editores, 1973 (1987). Traducción de Alberto González Troyano.

4) Ortner, Sherry, “Is Female to Male as Nature is to Culture?”, Montreal, 1990

5) Perkins Charlottte, “The yellow paper”, Montreal, 1990

6) Taylor, Charles, Sources of the Self, Cambridge, Harvard University Press, 1989

——–Philosophical Papers (PP) I; Human Agency and Language, Cambridge, Cambridge Universty Press, 1985 (1988) “What is human agency?”, “Self-interpreting animals”, pgs, 13-76, “The concept of a person” pgs, 97-114.

——-PP II, “Interpretation and the human sciences”, pgs, 15-59, and “Foucault on Freedom and Truth”, pgs., 152-183.

7) Welmer, Albrecht, “La dialéctica de modernidad y postmodernidad” pp. 103 a 139 en Modernidad y Postmodernidad, Compilación de Pico, Josep, Alianza editorial, n.d.

8) Whitbeck, Caroline, “A Different Reality; Feminist Ontology”, Montreal, 1990.

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