Comentario a Eduardo Escobar Octubre 29 de 2007 – CONTRAVÍA “La suerte está echada”
Si bien encuentro en sus columnas una fuente que permite siempre recordar la posibilidad critica de la poesía y la literatura, en muchas ocasiones debo confesarle que me muevo en contravía con las últimas palabras de esta columna, prefiero “no ser justo y gritar un poco”. Sin duda su pesimista presentación de lo político en el ámbito colombiano invita a que quienes nos dedicamos a la filosofía política reconsideremos los fundamentos de lo político. En eso estamos de acuerdo. Situaciones de caos generan caóticas aproximaciones, pero la pregunta prudente es considerar si dichas aproximaciones agilizan el desorden generalizado. Y así nos movemos entre el desorden y el orden gracias a sus agudas pero sesgadas aproximaciones. Desafortunadamente hasta ahí llega el camino que caminamos conjuntamente; sobretodo porque el camino que pareciera usted recorrer hace de ciertos caminos con una poderosa tradición histórica una simple ilusión. Caminando el camino de lo político se nos revela que tal vez era mejor ni arrancar. Pero bien, ¿cuáles son los puntos centrales en los que difiero frente a su argumento y su poder poético-retórico (en el buen sentido del término)?
1. En su columna encuentro una confusión fundamental que hace que las palabras pierdan mucha de su fortaleza critica. Hay una confusión elemental entre la visión moderna de lo político —–tal y como aparece desde Hobbes (y de cierta manera en Maquiavelo)—— y la visión de lo político tal y como aparece formulada en la filosofía política clásica, en particular en la obra de Aristóteles, pero también en Platón, Jenofonte y Cicerón. Es por ello que usted puede indicar con demasiada facilidad que “Es extraño que este antiguo arte de lobos, la política, goce de tanta reputación de cosa buena.”
No podemos entrar aquí en detalles, pero la política como un “arte de lobos” aparece así formulada en el Leviatán de Hobbes. Ese mismo proceder, que gira alrededor de un supuesto realismo político, puede verse también en la obra de Maquiavelo El Príncipe (aun cuando la posición de sus Discursos es mucho más compleja.) Y es de anotar que el gran contrincante intelectual tanto de Hobbes como de Maquiavelo es precisamente Aristóteles. Al igual que usted, los modernos Hobbes y Maquiavelo ven en la idea de la política “como cosa buena”, algo irreal y utópico.
Ahora bien, es claro que Aristóteles y el pensamiento político clásico ven en lo político no simplemente la posibilidad de un bien realizable, sino además la condición misma de nuestra naturaleza como humanos que por naturaleza somos seres políticos. Y dicha postura Aristotélica está alejada tanto de un realismo político como el de Hobbes que permite lo que sea, como de un utopismo radical que retóricamente incita a lo que sea. La recuperación de lo político desde los clásicos permite considerar la profunda necesidad de lo político para los humanos, y a la vez, permite visualizar las peligrosas limitaciones que dicho ámbito posee. En la filosofía política aristotélica encontramos el camino para una recuperación de la real honorabilidad de lo político y, a la vez, una cierta trascendencia de lo político por medio de la filosofía política. Confundir esta compleja opción con el simplista modelo de Hobbes le permite a usted “ganar” la partida con mayor facilidad.
2. Y añadido a este primer punto se encuentra en su columna una actitud ambivalente que resulta perniciosa tanto para la educación reflexiva de una ciudadanía política fuerte que cree en lo público, como para la generación de una acción moderada interesada en la sanación de la realidad política misma que a lo largo de la historia ha caído muy por debajo de sus reales posibilidades. Es así como, por un lado la columna parece invitar a los ciudadanos comunes y corrientes —–como usted y como yo—— a seguir luchando por la democracia y por el honor: “Y con filosofía o sin filosofía, a los ciudadanos comunes como usted y como yo solo nos resta seguir en la brega de sobrevivirnos creyendo, para no perder por completo el honor, que no todo es desvergüenza.” Hay aquí un impulso hacia lo virtuoso en lo político, hacia el bien político fundacional, a saber, el honor. Es por ello que los representantes políticos se denominan en todas las democracias como honorables (así, como usted nos recuerda una y otra vez, muchos no alcancen la altura de dicha designación).
Pero por otro lado, el balance de la columna parece dejar a los ciudadanos con la sensación de que esta honorable frase realmente sobra. Usted resume este otro polo pesimista con su fortaleza poética de esta manera:
“Y en los muros de la esquina bajo el aguacero se deshacen sus retratos.”
Pero lo que dichas palabras desconocen es precisamente una comprensión más profunda, más sentida, y más amiga de lo político. ¿Por qué? En primer lugar, porque el deseo fundamental que motiva al ser humano político, el deseo de su inmortalización a través del reconocimiento público, es sin más, hecho trizas. El aguacero deshace toda cara política; deshace todo recuerdo de los grandes líderes. No quedan retratos. Además el aguacero parece deshacer toda acción publica ya que ninguna acción pública dejaría huella.
Pero por el contrario, algunos ciudadanos sí recordamos ciertos retratos con absoluta admiración; recordamos que sí hay Churchills y sí hay Abraham Lincolns, y sí hay Bolívares, y sí hay Lara Bonillas. (Y recordamos también que Bolívar “el hombre político”, y Bolívar “el personaje de Gabo” no son, afortunadamente, el mismo). E igualmente las reglas mismas de lo político en nuestras democracias hacen evidente que al menos una parte de la ciudadanía sí cree que hay retratos dignos de reseñar y honrar. Tal vez nuestro país ha olvidado esto, pero otros países tienen ceremonias con este único objetivo. En este sentido, desde el lenguaje y la realidad de lo político, es claro que en medio de aguaceros surgen –—y pueden y deben surgir—- quienes tienen la cara para enfrentar la tempestad y así ser recordados. Tal vez desde otros lenguajes todo eso parezca mera ilusión.
En segundo lugar, se da en su columna una crítica, ligada a la anterior, que hace de la opción de la sabiduría practica —-virtud aristotélica fundamental que caracteriza a los grandes líderes políticos—- algo nuevamente ilusorio. Dedicar la vida a la consecución de dicha virtud parece ser una gran pérdida de tiempo:
“Todos tienen una propuesta para salvar el presente, y sienten sus derechos para aliviar los desórdenes del futuro financiados con los huevos de oro de la gallina suculenta del presupuesto.”
La única sabiduría que nos queda es la de la astucia guiada por el dinero, motivada por el poder, limitada al ahora y gozada en lo privado. Sus palabras reducen así la posibilidad de considerar que, dada una educación política adecuada, en efecto sí hay y puede haber algunos entre nosotros que en efecto estén mejor capacitados para tomar la decisiones políticas requeridas.
Pero lo que es más pernicioso aún; estos dos puntos que he mencionado, en su conjunto parecen hacer imposible el crear las condiciones educativas de motivación tanto para generar líderes políticos honorables guiados por cierto amor crítico al bien público, como para generar una ciudadanía que crea seriamente en las posibilidades de lo político. En cierta medida, podría uno decir que, si así son las cosas, no resulta extraño encontrar que Platón en la República busca exiliar —–bajo una interpretación—– a los poetas de la discusión de lo político!
(Un tercer punto a considerar es su alusión a la idea de la muerte de Dios en nuestra época, sobretodo gracias a la impresionante obra de Nietzsche: “Pero el hombre moderno está condenado a confiar en los políticos, a resignarse a lo imperfecto, porque Dios ha muerto.” Al respecto cabe preguntarse si Nietzsche ofrece una respuesta coherente a la noción clásica de una religión cívica a la base de una república saludable. Pero debido a la extensión ya vergonzosa de esta respuesta, tendrá que dejarse esta pregunta para otra ocasión.)
Espero que estos puntos hayan sido expuestos de tal manera que inviten a cierta moderación política en su concepción que parece ser radicalmente apolítica.
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La columna de Eduardo Escobar Octubre 29 de 2007 – CONTRAVÍA “La suerte está echada”, dice así:
“A los ciudadanos como usted y yo nos queda seguir en la brega de sobrevivir.
A todas estas, las cosas son como son. Unos desarman las toldas de los baratillos con los ojos ardientes de furor triunfal; otros enrollan con desgano unos pendones abatidos. En esta sede política unos evitan mirarse la cara larga. En otra, alguien acaba de sacar la guacharaca para comenzar un baile de celebración. Y los contadores se afanan en cuadrar los desórdenes económicos de las campañas, las cuentas de los carteles, los pasacalles de colores, los chalecos, las cervezas y las lechonas del suburbio. Se están secando las babas de los discursos en los atriles, en las espumas de los micrófonos martirizados; los altavoces descansan del estruendo democrático en cajas de cartón, y las banderas de los ventarrones.
Pero no se ilusionen los que tienen cosas más urgentes en qué pensar, por ejemplo, qué han de comer mañana. Aún falta. En este mismo momento en la televisión los pitonisos del bochorno, llamados en lenguaje técnico analistas políticos, que suelen equivocarse tanto como los que pronostican el tiempo y los fabricantes de horóscopos, hacen cábalas, inventan proyecciones, entierran partidos enterrados mil veces, ponderan movimientos nuevos apoyados en el déficit de la vivienda y el hecho de que los obreros están dejando de silbar. Un derrotado eminente reconoce con los lugares comunes de la falsa grandeza que fue vencido y desea suerte a su adversario haciendo la pistola con los pies. Y prueba con sofismas que a pesar de las urnas le queda futuro. Y en los muros de la esquina bajo el aguacero se deshacen sus retratos.
Unos se disponen a posesionarse. Otros alistan el orgullo herido, para morderles las nalgas y agriarles los himnos de la ceremonia y el lugar concedido por la estadística que es la bendita esencia de la democracia; para meterles palos en las ruedas, espulgarles en el pasado algún helicóptero viejo, un amigo indeseado en una vida transfigurada por el triunfo, una minucia en el árbol genealógico, o una antigua declaración, como si los hombres no pudieran cambiar de opinión sobre todo cuando se dedican a la política. Todos tienen una propuesta para salvar el presente, y sienten sus derechos para aliviar los desórdenes del futuro financiados con los huevos de oro de la gallina suculenta del presupuesto.
Es extraño que este antiguo arte de lobos, la política, goce de tanta reputación de cosa buena. Qué puede haber bueno donde todo vale, la mezquindad de la calumnia, y hasta el argumento de plomo de las pistolas y la dinamita. Donde los mejores impulsos hacia la plenitud relativa de la vida, una libertad convenida y la paz común se mezclan con las peores pasiones. Y las grandes palabras con las guillotinas. Los políticos, aun los más sinceros en apariencia, tienen mucho de manipuladores, de hechiceros. De mal necesario.
Sin embargo, contra la realidad, de nada vale filosofar: la suerte está echada. La nación, esta nave de locos, ha elegido. Otra rueda de nombres nuevos entreverados con los de costumbre, que nos proporcionan la sensación de continuidad, comienza sus giros de tiovivo. Y con filosofía o sin filosofía, a los ciudadanos comunes como usted y como yo solo nos resta seguir en la brega de sobrevivirnos creyendo, para no perder por completo el honor, que no todo es desvergüenza. Que esto es una democracia, y no una feria de ilusiones en la cual comparten altar la turba de los parásitos y los sacristanes de las buenas intenciones.
Dan ganas de creer en Dios, o en una fuerza buena de las cosas para mejorar las pobrezas de la vida algún día cercano. Pero el hombre moderno está condenado a confiar en los políticos, a resignarse a lo imperfecto, porque Dios ha muerto. Alguien dijo que las personas más propensas a la esperanza son las que antes se conforman con cualquier cosa. Y otro, que dos grandes amenazas se ciernen sobre el mundo: el orden. Y el desorden. Y que es imposible gritar y ser justo.” link
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