Abraham Lincoln y la esclavitud, Response to “El Tiempo” columns 5: Comentario a Daniel Samper Pizano “Lincoln, un racista lleno de gloria”, enero 6 de 2009.
(Nota: Para otro texto sobre “Lincoln y su uso de la retórica política” escrito en inglés ver aquí )
Sin duda el hecho de que su columna haya sido respondida a partir de citas textuales de la obra de Lincoln no es gratuito. Esa decisión revela en sí misma una posición radicalmente diferenciada de la suya. Se podría defender dicha posición de diferentes maneras. Una de ellas podría argumentar lo siguiente: “si Lincoln mismo con sus propias palabras no puede defenderse de sus acusaciones altamante incompletas y cuestionables, pues menos lo haremos aquellos que no hemos logrado la grandeza que Lincoln sí alcanzó no sólo en actos sino en su admirable manera de escribir sobre y enfrentar decididamente y con gran coraje los complejos dilemas políticos de su época.” Pero además, dicha postura puede invitar a una relectura mucho más cuidadosa y hermeneúticamente mucho más generosa de la obra de Lincoln que la suya; sobretodo teniendo en cuenta que su obra es admirada por su originalidad reflexiva, por su socrática capacidad de autocuestionamiento —evidente en las citas que le envié—— y por su poderoso manejo retórico del lenguaje público siguiendo el modelo de los Griegos Antiguos. En este sentido es de absoluta importancia el que las citas que usted provee sean claramente identificadas en cuanto al punto preciso de su aparición dentro de la amplia obra de Lincoln (es decir, cuál discurso, qué año, qué circunstancias, ante cuál audiencia, y otros.)
O podríamos poner la cuestión de una manera más personal. Si bien leo con frecuencia sus columnas, en verdad es raro que su dinámica logre penetrar los fundamentos político-filosóficos que están a la base de mi vida académica y práctica. En verdad en su caso debo decir que llegamos a implementar aquello a que la democracia invita, a la tolerancia de la diferencia (¡y qué diferencia tan difícil de tolerar!) Y a diferencia de otras ocasiones, en esta oportunidad decidí responder y hacerlo de una manera específica, simplemente citando “como buen loro” las palabras de Lincoln referidas especificamente a los temas tratados en su columna, especialmente la problemática compleja de la esclavitud. Imagino su respuesta ante tal posición algo así como lo siguiente: “Bueno, si hermano, pero ahora dígame usted qué piensa, o es que acaso idolatra a Lincoln?” Si estoy —–así sea tan solo medianamente—– en lo correcto, entonces tal vez las citas hayan tenido el efecto deseado. ¿En qué sentido? En el sentido paralelo siguiente; al leer la columna sobre Lincoln y su respuesta lo único que yo podía pensar era; “Bueno, hemano, pero ahora dígame que era lo que Lincoln decía, o es que acaso sólo caricaturiza a Lincoln?” Y claro ante un personaje como Lincoln prefiero pecar de idólatra antes que de caricaturizador.
Más positivamente, veo en su columna un deseo por darle una voz a las grandes y complejas comunidades negras que no sólo en la historia de los Estados Unidos sino en nuestra propia Colombia han sido tratadas de manera condenable, antes como propiedad sin alma, ahora como supuestos ciudadanos pero tan sólo de segunda clase. Su riqueza cultural, musical y política silenciada por muchas décadas. Pueda ser que las leyes hayan prohibido la escalvitud, pero la dinámica racista perdura entre nosotros de manera preocupante. Basta pensar en Martin Luther King, y el caso de dramático de la realidad chocoana en nuestro país. No en vano las lágrimas de muchos afro-americanos al darse cuenta que Obama en realidad sí había sido elegido; era como si no lo creyeran. En este sentido su postura interpretativa, que busca un espacio real para la dignidad de la diferencia para ciertas minorías, es bienvenida y digna de defensa, aun cuando el tono y la argumentación en muchos casos deja muchas dudas acerca de la consecución de dicho objetivo. Y claro, realizar semejantes proezas en una corta columa periodística involucra ya de entrada una gran injusticia de mi parte.
Habiendo dejado eso en claro, surgen ——creo yo, y perdonará la excesiva extensión de esta respuesta—— al menos tres críticas de gran importancia a los puntos de vista brevemente expuestos en su columna: 1) cuestiones generales metodológico-interpretativas a la base de su visión de mundo, 2) cuestiones más específicas, particularmente referidas al contraste realmente problemático entre lo que dice el propio Lincoln, confrontado a su interpretación —basada en un grupo de historiadores, más no en el único grupo (piénsese en la obra de Jaffa sobre Lincoln)—– acerca de lo que se dice que dice Lincoln, y 3) los dilemas práctico-políticos concretos frente a la cuestión de lo público en Colombia que generan su postura casi que orgullosa de destrozar todo mito político relevante, ingenuamente al mismo tiempo aparentando defender la posibilidad de una vida política en la que los mitos sean dejados de lado por completo. A continuación cada una de estas críticas:
1) Lo cierto es que las diferencias metodológicas/interpretativas a la base de nuestras aproximaciones a la historia de lo político, y sobretodo de los grandes líderes políticos son abismales. Y estas diferencias metodológicas/interpretativas hacen inevitable que veamos dos mundos esencialmente opuestos. Envié la cita porque en cuanto a Lincoln y sus posturas frente a la igualdad racial es mejor leer lo que él mismo asevera. Como hace mucho sigo sus columnas —es raro que este de acuerdo con alguna de ellas—- puedo decir que comprendo varios de sus puntos de partida como periodista. Interpretativamente existe la idea de que los llamados “hombres/mujeres de estado’ son: a) simples estrategas en búsqueda de aquello que conviene más a su deseo por poder que cualquier causa noble/honorable; b) sus palabras en general sólo reflejan aquellas motivaciones inconscientes que ellos no pueden nunca llegar a superar; c) recurren a cualquier medio para obtener su fin que esta lejos de la nobleza y honorabilidad de lo político. Ahora bien, un resumen de la postura radicalmente crítica de sus presuposiciones se encuentra —entre otras—- en la obra de Thomas Pangle que argumenta que por el contrario hay una tradición que restaura el civismo ejemplar de los grandes “seres de estado” a su correcta posición. No en vano esta tradición mira atrás, a la filosofía politica clásica griega (sobretodo Aristóteles), como su guía. Disculpará que no la traduzca;
“The rebirth of classical republican theory restores civic statesmanship to its princely throne as the highest subphilosophic human calling. And Strauss’s teaching instills a tempered appreciation for the nobility of the political life within liberal democracy as the best regime possible in our epoch, in full awareness of this democracy’s and that epoch’s intensifying spiritual and civic conundrums. Strauss’s thought carries an implicit as well as explicit severe rebuke of those thoughtlessly egalitarian historians and social scientists who debunk, rather than make more intelligible and vivid, the greatness of statesmen. Strauss deplores and opposes the prevalent scholarly tendency to belittle or ignore political history for the sake of subpolitical “social” history —to reduce the debates and deeds of active citizens and their leaders to merely “ideological” contests masking supposedly deeper economic or “social” forces. He argues that these fashionable scholarly and teaching trends not only undermine the already precarious respect for political debate and public spirit, but also falsify the empirical reality of man as the political animal.” (mi énfasis; Thomas Pangle, Leo Strauss: An Introduction to his Thought and Intellectual Legacy, p. 82)
Tal vez reconociendo la diferencia –que es algo a lo que usted invita—- modere así sea un poco la manera en que se aproxima a los grandes líderes políticos que desde el ámbito de lo político son admirados por su nobleza y que desde el llamado “cuarto poder” (la prensa libre) son constantemente cuestionados utlizando un lenguaje foráneo, muchas veces indignado y sin duda interpretativamente limitado. ¿Acaso no está en el “cuarto poder” el poder —–y sobretodo el DEBER—– de generar, o ayudar a generar las condiciones de estabilidad política y generación de líderes y de una ciudadanía fuerte que garantice que la democracia logre sus objetivos de la mejor manera posible? O como lo dijo Bolívar, otro gran hombre de estado relevante para nuestra encrucijada colombiana:
“Un hombre como yo, es un ciudadano peligroso en un Gobierno popular; es una amenaza inmediata a la soberanía nacional. Yo quiero ser ciudadano, para ser libre y para que todos lo sean. Prefiero el título de ciudadano al de Libertador, porque este emana de la guerra, aquel emana de la leyes. Cambiadme, señor , todos mis dictados por el de buen ciudadano. “ (Discurso al Juramentarse como Presidente de la República ante el Congreso, Cúcuta, 1821; Brevario del Libertador, Ramón de Zubiria p. 172)
Y por ende surgen muchas preguntas frente al sarcasmo de su columna, incluyendo: ¿cómo generar dichos ciudadanos si nos mofamos de los líderes que son precisamente los más ejemplares ciudadanos a nuestro alcance?
2) En términos específicos relacionados con la temática de la esclavitud en Lincoln cabe decir al menos, de manera incompleta y muy brevemente, lo siguiente. Tal vez el error interpretativo más fundamental que podemos hacer es proyectar de manera simplista sobre épocas anteriores las muy importantes ganancias sociales y políticas que como modernos hemos adquirido. Algo similar ocurre al interpretar la temática de la escalvitud en la compleja y fundamental obra de Aristóteles. Si uno no es atento a sus palabras, y además proyecta sobre los Griegos Antiguos la concepción moderna de las cosas, es inevitable condenar a Aristóteles como un defensor ingenuo de la esclavitud que poco nos puede enseñar. Nada más lejano. Esta dinámica interpretativa cae en una simple indignación rabiosa que da por hecho la superioridad de su postura. Claro, en términos de la esclavitud, siquiera somos modernos –aun cuando la esclavitud persiste sólo que disfrazada de otras maneras—– pero eso de poco nos sirve para intentar COMPRENDER los dilemas y complejas decisiones en aquellos puntos de transición hacia la modernidad no-esclavista como es el caso específico de la Guerra Civil en los Estados Unidos. No puedo entrar en detalles aquí, pero en general la postura prudencial frente a la realidad política ha de guiarse por la expresión “ought implies can” (“el deber implica el poder”). Claro, el revolucionario desconoce estos límites y pretende instaurar el deber como sea y a cualquier precio. Y es claro que en los Estados Unidos se intentó eliminar la escalvitud antes de que el conjunto de los elementos estuviese preparada para una mayor real liberación. El resultado fue masacres y retrocesos como los que se dieron en el caso de Nat Turner. Claro, los seres humanos somos libres y la crueldad odiosa de la esclavitud hace que la dinámica sea de un nivel de complejidad altísimo. Es decir, si la familia de uno es la esclavizada, pues el tiempo apremia para recuperar la libertad tan deseada. Algo similar ocurre con las familias de nuestros secuestrados.
Ahora bien, si algo faltó en su columna fue enfatizar que Lincoln fue el defensor más aguerrido contra la expansión de la escalvitud a los nuevos estados que surgían hacia el oeste de los Estados Unidos (en particular Kansas/Nebraska, tema fundamental de las citas que le envié.) La postura de Douglas —el famoso opositor de debates de Lincoln de 1858— radicaba en que en los nuevos estados debería primar la decisión democrática de la mayoría incluso en términos de si se aceptaría o no el movimiento de esclavos hacia los nuevos territorios (ver el Cooper Union Speech). Lincoln, contra la postura radical demócrata de que la mayoría siempre tiene la razón, puso todo su esfuerzo en defender la demanda moral de la no proliferación de la esclavitud más allá de los ya formados Estados del Sur. En este sentido la consigna moral para Lincoln va más allá de la consigna democrática. Y gracias a Lincoln en efecto se logró contener la esclavitud a los Estados del Sur. Su columna olvida indicar esto y en eso peca gravemente.
Y en el caso de los Estados del Sur volvemos a cuestiones de fundamentación política que contrastan abismalmente su posición con la mía. Repito lo anterior; la capacidad de transormación política real y duradera parece seguir la premisa del dictamen “ought implies can”. Pero usted parece defender un dictamen absolutamente ultramoderno que cree posible la transformación radical y revolucionaria independiente de que se hayan conseguido los cambios estructurales y sobretodo en el alma de los ciudadanos para que dichos cambios tengan una fortaleza mayor y duradera. Y es claro que si los cambios fueran fáciles entonces La Guerra Civil estadounidense lo hubiese resuelto todo con la muy difícil victoria del Norte; porque es claro que la Guerra Civil no fue motivo de felicidad para Lincoln. Todo lo contrario. Un siglo después tuvo que surgir Martin Luther King para combatir la dinámica subyacente a la ley escrita. Además, usted considera que Lincoln hubiera podido ser mucho más radical de lo que fue; pero yo me pregunto; ¿por qué aquellos que eran más radicales ——Wendell Phillips, Thaddeus Stevens, Frederick Douglass——no salieron elegidos como presidentes? ¿Acaso no indica esta realidad que los ciudadanos en una democracia por lo general votan por cierto tipo de prudencia antes que por un extemismo que posiblemente sea, en últimas, infructuoso? ¿Pero, si no son elegidos cómo logran el cambio deseado? Realismo politico no quiere decir que el fin justifica los medios –un modelo moderno de lo político desde Hobbes y Maquiavelo (cuyo opositor principal es Aristóteles)—- realismo poltico se podría decir, así sea muy incompletamente, que quiere decir que nuestros admirables ideales morales no concuerdan de entrada (y muy probablemente jamás) con la realidad socio-económica, y su transformación más aguda involucra en parte un proceso educativo que va más alla de la ley y su enfoque en la retribución absolutamente egalitaria. En este sentido piénsese en la decisión de Mandela de optar por los concejos y juzgados comunitarios de “Verdad y Reconciliación” sobre una perspectiva que desearía una retribución total de las odiosas y crueles injusticias perpetradas por los blancos a los negros en Sur Africa.
Pero además, usted indica que la opción de enviar a los esclavos a Africa era una opción ilusoria y malintencionada. Por una parte en la cita que le envié es claro que Lincoln de manera socrática se pregunta constantemente las diferentes opciones abiertas, él mismo criticando las opciones que se le abren en el discurso reflexivo (Ver cita en los apéndices al final de esta respuesta). Pero la historia misma del nacimiento de Liberia a comienzos del siglo XIX —— cuyo nombre es obvio está fundado en la conexión con la idea de la libertad——- revela que el proyecto permitió a negros nacidos libres, a negros liberados y a mulatos consolidar su propio país allí de donde sus antecesores había sido salvajemente retirados. Pero claro, la dinámica real de Liberia en las últimas décadas revela las tensiones y dinámicas poíticas que van más allá de la cuestión racial. Como decía Obama, el que fuese afro-americano no sería lo que definiría su acceso a la Presidencia. Y el que Obama se inspire en Lincoln contrasta con la realidad del asesino tiránico que fue Charles Taylor para Liberia.
Y hablando de Obama, al igual que Lincoln él mismo redacta sus propios discursos. Por ello, en efecto debemos leer más y más detenidamente la obra de Lincoln. Como lo pone un comentarista: “he had the root of the matter in him. The presidents greatest in speechcraft are almost all the greatest in statescraft also —because speeches are not just words. They present ideas, directions and values, and the best speeches are those that get those right. As Lincoln did.” (Sorensen, Theodore, “A Man of his Words”, Smithsonian, Winter 2009, p. 62)) (Para una breve comparación de Lincoln y Obama, este artículo de Newsweek: http://www.newsweek.com/id/169170 ; para la admiración de Obama por Lincoln el episodio en 60 Minutes grabado en parte en el mismo Springfield)
Por último, es claro que en cuestiones militares —–las cuestiones centrales para muchos jefes de estado enfrentados a complejas encrucijadas para nada periodísticas—– Lincoln, que poca experiencia militar tuvo, sin embargo demostró aún más su gran capacidad como ser de estado. Es decir, con su capacidad política para generar una visión global de las problemáticas de la nación en conflicto militar, vio en múltiples ocasiones dinámicas de guerra que sus primeros generales (Scott y McClellan) ni siquiera llegaron a percibir con todo y una vida de experiencia militar a cuestas. Porque es un hecho que la Guerra Civil Americana fue una guerra, y este ámbito más que ningún otro, es en el cual los grandes seres de estado y los grandes educadores de seres de estado salen a relucir. Y en nuestro caso colombiano el paralelo es tan evidente que me permito ni mencionarlo. En este aspecto su columna resulta casi que suicida.
3) Finalmente, y de nuevo pidiendo disculpas por la extensión de esta respuesta, considero que dado lo anterior su columna no hace bien a Colombia, ni siquiera a los negros de Colombia. Nuestra Colombia en guerra muchas veces parece vanagloriarse—sobretodo desde cierto tipo de periodismo— en la destruccción mítica de los hombres/mujeres de estado que son considerados, honrados, estudiados críticamente y hasta venerados por culturas como la de los Estados Unidos. En cambio para los estadounidenses Lincoln se ve como un segundo padre fundador que alcanza y sobrepasa a los mismos padres fundadores! Ahora bien, ojalá en nuestra Colombia hubiese semejante deseo patriótico por el honor y por la dedicación al bien público. Ojalá encontráramos un monumento a Bolívar, o a Santander, tan venerado como el de Lincoln en Washington. Pero lo que es más pernicioso aún, y como indiqué a otro columnista de El Tiempo, en su conjunto esta posición parece hacer imposible el crear las condiciones educativas de motivación tanto para generar líderes políticos honorables guiados por cierto amor crítico al bien público, como para generar una ciudadanía que crea seriamente en las posibilidades de lo político. Es esta una posición autodestructiva en la medida en que no genera amor por lo político ni el deseo de devenir ser político al terminar caricaturizando lo político como puro auto-interés y la megalomaníaca consecución de aplausos y poder. Esto es sin duda confundir lo digno de lo político con la corrupcion de lo político.
Y para concluir esta muy extensa respuesta, de nuevo las palabras de Lincoln porque me temo que ante dos visiones de mundo tan altamente diferentes como la suya y la mía sólo quedará el silencio intermedio entre la columna desmitificadora contrastada con la cita directa repetida “como buen loro” de la obra de Lincoln. Son estas palabras las que Lincoln dirigió en 1838 a los jóvenes, y cuya temática era la importancia de la educación cívica alrededor de la fuerza de la ley:
“The question recurs, “how shall we fortify against it?” The answer is simple. Let every American, every lover of liberty, every well wisher to his posterity, swear by the blood of the Revolution, never to violate in the least particular, the laws of the country; and never to tolerate their violation by others. As the patriots of seventy-six did to the support of the Declaration of Independence, so to the support of the Constitution and Laws, let every American pledge his life, his property, and his sacred honor;–let every man remember that to violate the law, is to trample on the blood of his father, and to tear the character of his own, and his children’s liberty. Let reverence for the laws, be breathed by every American mother, to the lisping babe, that prattles on her lap–let it be taught in schools, in seminaries, and in colleges; let it be written in Primers, spelling books, and in Almanacs;–let it be preached from the pulpit, proclaimed in legislative halls, and enforced in courts of justice. And, in short, let it become the political religion of the nation; and let the old and the young, the rich and the poor, the grave and the gay, of all sexes and tongues, and colors and conditions, sacrifice unceasingly upon its altars.” (mi énfasis; Address Before the Young Men’s Lyceum of Springfield, Illinois; January 27, 1838)
Andrés
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Nota: He decidido publicar esta respuesta a su columna en mi página de internet titulada Rarefactions y que contiene ya otro intento de respuesta —desde el lenguaje de lo político y no simplemente desde el lenguaje periodístico—– a columnistas de El Tiempo: http://www.andresmelocousineau.wordpress.com )
Apéndice 1: Cita sobre la esclavitud en Lincoln’s Cooper Union Speech
(final paragraphs), February 27, 1860.
(Un video por el actor Sam Waterston de la serie La Ley y el Orden aquí . Este revela de manera impactante la fortaleza de las palabras de Lincoln.)
“Nor can we justifiably withhold this, on any ground save our conviction that slavery is wrong. If slavery is right, all words, acts, laws, and constitutions against it, are themselves wrong, and should be silenced, and swept away. If it is right, we cannot justly object to its nationality – its universality; if it is wrong, they cannot justly insist upon its extension – its enlargement. All they ask, we could readily grant, if we thought slavery right; all we ask, they could as readily grant, if they thought it wrong. Their thinking it right, and our thinking it wrong, is the precise fact upon which depends the whole controversy. Thinking it right, as they do, they are not to blame for desiring its full recognition, as being right; but, thinking it wrong, as we do, can we yield to them? Can we cast our votes with their view, and against our own? In view of our moral, social, and political responsibilities, can we do this?
Wrong as we think slavery is, we can yet afford to let it alone where it is, because that much is due to the necessity arising from its actual presence in the nation; but can we, while our votes will prevent it, allow it to spread into the National Territories, and to overrun us here in these Free States? If our sense of duty forbids this, then let us stand by our duty, fearlessly and effectively. Let us be diverted by none of those sophistical contrivances wherewith we are so industriously plied and belabored – contrivances such as groping for some middle ground between the right and the wrong, vain as the search for a man who should be neither a living man nor a dead man – such as a policy of “don’t care” on a question about which all true men do care – such as Union appeals beseeching true Union men to yield to Disunionists, reversing the divine rule, and calling, not the sinners, but the righteous to repentance – such as invocations to Washington, imploring men to unsay what Washington said, and undo what Washington did.
Neither let us be slandered from our duty by false accusations against us, nor frightened from it by menaces of destruction to the Government nor of dungeons to ourselves. LET US HAVE FAITH THAT RIGHT MAKES MIGHT, AND IN THAT FAITH, LET US, TO THE END, DARE TO DO OUR DUTY AS WE UNDERSTAND IT.”
Apéndice 2: Cita sobre la esclavitud en Lincoln’s Peoria Speech, October 16, 1854, antes de la guerra:
“I think, and shall try to show, that it is wrong; wrong in its direct effect, letting slavery into Kansas and Nebraska—and wrong in its prospective principle, allowing it to spread to every other part of the wide world, where men can be found inclined to take it.
This declared indifference, but as I must think, covert real zeal for the spread of slavery, I can not but hate. I hate it because of the monstrous injustice of slavery itself. I hate it because it deprives our republican example of its just influence in the world—enables the enemies of free institutions, with plausibility, to taunt us as hypocrites—causes the real friends of freedom to doubt our sincerity, and especially because it forces so many really good men amongst ourselves into an open war with the very fundamental principles of civil liberty—criticizing the Declaration of Independence, and insisting that there is no right principle of action but self-interest.
Before proceeding, let me say I think I have no prejudice against the Southern people. They are just what we would be in their situation. If slavery did not now exist amongst them, they would not introduce it. If it did now exist amongst us, we should not instantly give it up. This I believe of the masses north and south. Doubtless there are individuals, on both sides, who would not hold slaves under any circumstances; and others who would gladly introduce slavery anew, if it were out of existence. We know that some southern men do free their slaves, go north, and become tip-top abolitionists; while some northern ones go south, and become most cruel slave-masters.
When southern people tell us they are no more responsible for the origin of slavery, than we; I acknowledge the fact. When it is said that the institution exists; and that it is very difficult to get rid of it, in any satisfactory way, I can understand and appreciate the saying. I surely will not blame them for not doing what I should not know how to do myself. If all earthly power were given me, I should not know what to do, as to the existing institution. My first impulse would be to free all the slaves, and send them to Liberia,—to their own native land. But a moment’s reflection would convince me, that whatever of high hope, (as I think there is) there may be in this, in the long run, its sudden execution is impossible. If they were all landed there in a day, they would all perish in the next ten days; and there are not surplus shipping and surplus money enough in the world to carry them there in many times ten days. What then? Free them all, and keep them among us as underlings? Is it quite certain that this betters their condition? I think I would not hold one in slavery, at any rate; yet the point is not clear enough for me to denounce people upon. What next? Free them, and make them politically and socially, our equals? My own feelings will not admit of this; and if mine would, we well know that those of the great mass of white people will not. Whether this feeling accords with justice and sound judgment, is not the sole question, if indeed, it is any part of it. A universal feeling, whether well or ill-founded, can not be safely disregarded. We can not, then, make them equals. It does seem to me that systems of gradual emancipation might be adopted; but for their tardiness in this, I will not undertake to judge our brethren of the south.
When they remind us of their constitutional rights, I acknowledge them, not grudgingly, but fully, and fairly; and I would give them any legislation for the reclaiming of their fugitives, which should not, in its stringency, be more likely to carry a free man into slavery, than our ordinary criminal laws are to hang an innocent one.
But all this; to my judgment, furnishes no more excuse for permitting slavery to go into our own free territory, than it would for reviving the African slave trade by law …..”
Apéndice 3: Letter to Horace Greeley, August 22, 1862
“Executive Mansion,
Washington, August 22, 1862.
Hon. Horace Greeley:
Dear Sir.
I have just read yours of the 19th. addressed to myself through the New-York Tribune. If there be in it any statements, or assumptions of fact, which I may know to be erroneous, I do not, now and here, controvert them. If there be in it any inferences which I may believe to be falsely drawn, I do not now and here, argue against them. If there be perceptable [sic] in it an impatient and dictatorial tone, I waive it in deference to an old friend, whose heart I have always supposed to be right.
As to the policy I “seem to be pursuing” as you say, I have not meant to leave any one in doubt.
I would save the Union. I would save it the shortest way under the Constitution. The sooner the national authority can be restored; the nearer the Union will be “the Union as it was.” If there be those who would not save the Union, unless they could at the same time save slavery, I do not agree with them. If there be those who would not save the Union unless they could at the same time destroy slavery, I do not agree with them. My paramount object in this struggle is to save the Union, and is not either to save or to destroy slavery. If I could save the Union without freeing any slave I would do it, and if I could save it by freeing all the slaves I would do it; and if I could save it by freeing some and leaving others alone I would also do that. What I do about slavery, and the colored race, I do because I believe it helps to save the Union; and what I forbear, I forbear because I do not believe it would help to save the Union. I shall do less whenever I shall believe what I am doing hurts the cause, and I shall do more whenever I shall believe doing more will help the cause. I shall try to correct errors when shown to be errors; and I shall adopt new views so fast as they shall appear to be true views.
I have here stated my purpose according to my view of official duty; and I intend no modification of my oft-expressed personal wish that all men everywhere could be free.
Yours,
A. Lincoln.”
Apéndice 4: Video Sam Waterston on Lincoln
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La columna de Daniel Samper Pizano, fechada enero 6 de 2009 y titulada, Lincoln, un racista lleno de gloria, dice así:
“El 12 de febrero se cumplen dos trascendentales bicentenarios. En tal fecha de 1809 nacieron el presidente de Estados Unidos Abraham Lincoln y el naturalista inglés Charles Darwin. El primero pasó a la historia como el libertador de los esclavos y el segundo, como el científico que descubrió la evolución de las especies y los antecedentes comunes del hombre y el mono. Sobre ambos, sin embargo, pesan graves dudas. De Lincoln se dice que era un racista que emancipó a los esclavos por conveniencia, y de Darwin, que su teoría no era original.
Lamentablemente, hay mucho de verdad en ambas críticas. Sobre todo en el racismo de Lincoln. “No estoy ni he estado nunca a favor de la igualdad social y política de blancos y negros, ni de otorgar el voto a los negros, ni permitirles ocupar cargos públicos o casarse con blancos.” Esta frase, tomada de un discurso de Lincoln, pinta sus ideas racistas. También son racistas muchas de sus conversaciones privadas (los llamaba ‘niggers’, término profundamente peyorativo), de sus peroratas públicas (“Existe una diferencia física entre las dos razas que prohíbe para siempre que convivan en términos de igualdad”) y de sus actuaciones como gobernante (apoyó las llamadas Leyes Negras, que negaban a los afroamericanos los derechos ciudadanos y castigaba a los esclavos cimarrones).
La propuesta inicial de Lincoln consistía en liberar a los esclavos, pero como parte de un plan que los deportaría al África, “de donde vinieron”. De este modo, ciertos estados de la Unión Americana se convertirían en un santuario “para los blancos libres del mundo entero”. No lo llegó a poner en práctica porque fue asesinado antes.
Durante su presidencia (1861-1865) firmó la Ley de Emancipación de Esclavos, ciertamente; pero, primero, lo hizo por conveniencia política y estrategia de combate durante la Guerra de Secesión (el Norte estaba al borde de la derrota) y no por razones estrictamente humanitarias; segundo, se trata de una libertad erizada de condiciones y limitaciones, y, tercero, actúa bajo la presión de Wendell Phillips, Thaddeus Stevens, Frederick Douglass y otros liberales, que llevaban años preconizando la igualdad de blancos y negros y promoviendo leyes antiesclavistas. Si buscan próceres de la causa, son estos personajes, no Lincoln. Todo ha confluido, sin embargo, para convertirlo en un santo civil: su ascenso de la pobreza a la Presidencia, sus virtudes de estadista en otros órdenes, su asesinato…
Sobre el racismo lincolniano se conocían unos cuantos ensayos, que quedaron aplastados bajo el mito histórico. Pero en el 2000, el respetado historiador negro Lerone Bennett Jr. publicó un libro demoledor, cuyo título traduce, más o menos, Glorioso a la fuerza: el Sueño Blanco de Abraham Lincoln. Bennett alega allí que este hombre, equivalente a Santander en nuestra historia patria, “no debe verse como la superación de la tradición racista norteamericana, sino como su encarnación”. El autor cita suficientes documentos, actuaciones, cartas y discursos del famoso patriarca como para que el historiador William Fitzhugh Brundage manifieste que se trata de “la crítica más documentada sobre las creencias racistas de Lincoln”.
A pesar de ello, es tan poderosa la leyenda en su favor que la verdad no ha logrado hacerle mella. En Estados Unidos es anatema hablar mal de Lincoln. Jack W. White, periodista de Time, reconoce que una campana neumática envuelve y acalla las contundentes pruebas de Bennett. Ahora llega el bicentenario natal de Lincoln y se multiplicará el ditirambo. Está bien que se lo elogie como defensor de la libertad política y la tolerancia. Pero que no nos lo sigan vendiendo como héroe de la igualdad racial. Lincoln era un racista a quien le tocó contradecir, como guerrero y político pragmático, sus execrables convicciones.
En cuanto a las fuentes que restan originalidad a la teoría darwiniana de la evolución de las especies, el espacio me obliga a dejarlas para otra ocasión.” here
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